sexta-feira, 6 de dezembro de 2019

Mercosul prevê compartilhamento do atendimento em saúde


Agência Saúde
Ministério da Saúde
 05 de Dezembro de 2019

 Mercosul prevê compartilhamento do atendimento em saúde


Brasil, Argentina, Paraguai e Uruguai assinaram acordo para oferta de atendimento médico em condição de reciprocidade e complementaridade

Os moradores das cidades fronteiriças dos países do Mercosul, Brasil, Argentina, Paraguai e Uruguai, passarão a ter acesso aos serviços de saúde em ambos os lados da fronteira. É o que prevê um dos Acordos de Cooperação assinados nesta quinta-feira (5), pelo presidente Jair Bolsonaro e o ministro da Saúde, Luiz Henrique Mandetta, no Vale dos Vinhedos, em Bento Gonçalves (RS), durante a 55ª Cúpula de Presidentes do Mercosul.

No acordo entre os países, o esforço será para que, de forma recíproca, sejam oferecidos atendimentos médicos às populações das cidades gêmeas. As ações podem ser combinadas entre dois ou até três países que compartilhem a mesma região de maior trânsito local de pessoas. O acordo foi finalizado pelos chanceleres dos países membros no âmbito do subgrupo de integração fronteiriça do Mercosul e tem como objetivo facilitar a vida da população dessas regiões.

O Brasil possui fronteira de cerca de 3.700 km com os países do Mercosul. Pelo texto aprovado, os estados partes (Argentina, Brasil, Paraguai e Uruguai) poderão conceder outros direitos que acordarem bilateralmente ou trilateralmente, inclusive atenção médica nos serviços públicos de saúde em condições de reciprocidade e complementaridade.

O Ministro da Saúde, Luiz Henrique Mandetta integrou a comitiva do o presidente da República, Jair Bolsonaro que encerrou o período de presidência pró-tempore do Mercosul. Os presidentes da Argentina, Maurício Macri; do Paraguai, Mario Abdo Benítez e a vice-presidente do Uruguai, Lúcia Topolansky, representando o presidente Tabaré Vásquez, assinaram ainda, acordos diplomáticos de cooperação policial na fronteira, transporte de produtos perigosos, serviços financeiros, defesa do consumidor e reconhecimento recíproco de assinaturas digitais.

A saúde nas fronteiras, no âmbito do Mercosul, vem sendo tratada, ao longo deste ano, com a intensificação de ações de vacinação; a formalização da Rede de Bancos de Leite Humano; rodada de negociação conjunta de Medicamentos de Alto Custo; e a declaração sobre hepatites virais. Durante a reunião de Ministros da Saúde do Mercosul, ocorrida em São Paulo no dia 1º de novembro de 2019, o ministro da saúde, Luiz Henrique Mandetta, defendeu o fortalecimento da cooperação técnica entre os quatro países membros do Mercosul para intercâmbio de experiências e ações conjuntas nas fronteiras.


Por Roberto Chamorro, da Agência Saúde
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Publicado originalmente no Portal do Ministério da Saúde:

segunda-feira, 21 de outubro de 2019

Geopolítica do Continentalismo e a Integração Sul-Americana na obra de Alberto Methol Ferré, por Carlos Javier Avondoglio

Revista Movimiento
25, Oct,2019

Destino latinoamericano: una aproximación a la obra de Methol Ferré


Carlos Javier Avondoglio




“Los hombres sólo se vuelven a la historia, en su auténtico valor, más allá de su presente, cuando una gran inquietud los acucia y necesitan entender y medir mejor su actualidad, escudriñar los signos del futuro” (Methol Ferré, El Uruguay como problema).

Marco de enunciación y matriz reflexiva

Alberto Methol Ferré (1929-2009), filósofo, teólogo e historiador uruguayo. Profesor, asesor político y académico, miembro del Consejo Episcopal Latinoamericano. Impulsor de la teología del pueblo y destacado promotor de una mirada geopolítica –en clave integradora– sobre la historia y el devenir de América Latina. La originalidad de su pensamiento y la elocuencia de su prosa capturan con inusitada precisión el espíritu de nuestra época, sus posibilidades y desafíos.

En efecto, los conceptos de Methol –verdaderas herramientas que permiten asomarse al espacio, la historia y la política– inauguran un enfoque situado, sólidamente fundamentado y no desprovisto de plasticidad, puntos donde se sustenta su inequívoca vigencia. En las líneas que siguen intentaremos reparar, de modo articulado, en los grandes núcleos de tres elaboraciones, tal vez las más relevantes o las que mejor permiten abordar las muchas dimensiones de su pensamiento: El Uruguay como problema[1] (1967), Los Estados Continentales y el Mercosur (1999)[2] y La América Latina del siglo XXI (2006).[3] La selección de trabajos y el rastreo de ideas –así como su orden y disposición– se basan, como es fácil suponer, en elementos subjetivos. Los criterios se hallan definidos por dos problemas, a nuestro juicio, fundamentales: a) la fisonomía geocultural, mítica, política y espacial de la región; y b) las perspectivas de integración de los países que la conforman. Ambas dimensiones problemáticas se irán urdiendo a lo largo del ensayo, en función de la ruta argumental que cada tema requiera.

¿De qué modo se configura la cartografía reflexiva de Methol? Discípulo de Luis Alberto de Herrera y asistente de Eduardo Víctor Haedo, referentes del Partido Nacional, no sorprende su temprana adhesión al revisionismo rioplatense. Promediando la década de 1950 se acerca a dos exponentes de esta profusa corriente historiográfica en la otra orilla del Plata: Arturo Jauretche, reconocido polemista y escritor criollo, y Jorge Abelardo Ramos, sagaz pluma de la izquierda nacional.[4] El cotejamiento de los postulados revisionistas con la encrucijada de un país que pareciera no dar con una salida para su inestable decadencia,[5] lo lleva a replantear los fundamentos clásicos de la política exterior nacional, pues allí, en el vínculo con sus más inmediatos vecinos, se inscribe un destino posible para el Uruguay. Sobre esa preocupación y en torno a aquella alternativa comienza a construirse el ideario metholiano: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Seguramente, sus repercusiones son aún más lejanas. Por eso, una reflexión sobre su historia, raíces y prospectiva compromete y está empeñada directamente con sus vecinos. Tanto para ellos como para nosotros, una distracción acerca del otro equivale a un olvido de sí mismos. El Uruguay separado de su contexto renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad tentadora del solipsismo político” (Ferré, 2015: 53).

Comprender al Uruguay: he ahí el asunto capital. Desarmada la placidez insular a partir del ocaso del Imperio Británico, la pregunta por el destino y la viabilidad de la “Suiza sudamericana” aparece con fuerza.[6] Problematizar la génesis de la República: el proyecto artiguista, su derrota, el papel de la hábil diplomacia foránea. La historia reabre una vieja disyuntiva: Uruguay se hallará en su destino latinoamericano, materializando el sueño de Artigas, o se extraviará en el laberinto semicolonial, bajo la égida de un nuevo imperialismo.

Desde luego, al autor le interesa la realización de la primera posibilidad. Respecto a ella, cabe preguntarnos: ¿qué antecedentes históricos le dan sustento? ¿Cuáles son los argumentos que explican su vitalidad política? El pensador oriental recuerda, en referencia a esto, el panorama dispuesto por el triunfo independentista que conmociona a un vasto territorio unido durante tres siglos por el dominio ibérico, cuya huella se refleja en la articulación religiosa, cultural y lingüística de los pueblos allí esparcidos. El triunfo de la “fronda aristocrática” –tal el carácter que Methol asigna a la rebelión de las oligarquías portuarias contra la burocracia colonial– en simultáneo con la interesada acción diplomática o bélica (vía Portugal-Brasil) de Gran Bretaña –fundada en el principio divide et impera–, arrojan al mundo una bandada desacompasada de repúblicas formalmente soberanas, insertadas en la división internacional del trabajo como proveedoras de materias primas. Ese desenlace signará la derrota de Bolívar, San Martín y Artigas, es decir el desbaratamiento del anhelo profundo que, contra la codicia de mercaderes y terratenientes, caracterizó a la primera fase de la emancipación americana.

Montevideo o Colonia del Sacramento, Banda Oriental o Provincia Cisplatina, la tensión entre España y Portugal primero, entre la Argentina y el Brasil después, no se resolvió a favor de ninguna de estas alternativas. Ubicada en la puerta de entrada a la Cuenca del Plata, arteria fundamental de Nuestra América, los lores ingleses no dejarían esta zona estratégica librada al azar de las disputas intrarregionales, expuesta a ser imantada por uno de los polos de poder que se iban configurando espacial y políticamente en el sur del continente. En efecto, por intermedio de John Ponsonby, enviado de George Canning para afirmar el interés británico en esta parte del globo, toma forma un tercer corolario: el Uruguay que, tal como señala el autor, “no es hijo de la frontera, sino del mar, y el mar era inglés” (Methol Ferré, 2015: 62).

La política internacional espeja la situación del país en el orden de poder global. Uruguay, como hemos visto, es fruto de la geopolítica inglesa. Por tal motivo, la actuación que desempeña en el concierto internacional de naciones remite directamente a sus condiciones de origen, viene impresa en su genealogía. En su carácter de virtual protectorado británico, la lógica de acción –lúcidamente descodificada por Herrera en El Uruguay internacional– es la no intervención. Methol analiza su sentido profundo: “Desde el punto de vista uruguayo, la No Intervención es mucho más que una doctrina entre otras, o más justa que otras. (…) Es la razón de existencia del país mismo. En efecto, Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata, para desarticular la Cuenca y evitar su control por ningún centro de poder latinoamericano en el Hemisferio Sur. (…) El Uruguay aseguraba el desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como reaseguro, las Malvinas custodiaban discretamente. No olvidemos que es la operación complementaria que sigue a poco la independencia del Uruguay. (…) Fuimos intervenidos, para no intervenir. Es el otro rostro del destierro de Artigas. Más que exilio de Artigas, hubo exilio americano del Uruguay. Tal el sentido de la Paz de 1828, origen del país. De ahí el mote por todos conocido: Estado tapón, ‘algodón entre dos cristales’” (Methol Ferré, 2015: 73).

Lo cierto es que la lógica explicitada pierde efectividad en la medida que se modifica la estructura de poder mundial y se desdibuja el Uruguay agrario, con su renta diferencial. El “realismo” de Herrera –“fundador de la conciencia externa del país”– pierde así su anclaje empírico.

El nuevo centro imperial se aloja, entrado el siglo XX, en la parte norte de la Isla Continental Americana –utilizando la denominación de Mackinder– y desde allí extiende sus tentáculos. La configuración geopolítica de la gran potencia contemporánea se desenvuelve en sentido opuesto a la que se observa en nuestra región. En aquellos dominios, el sur agrícola es derrotado y la expansión política, económica y territorial –vía conquista, proteccionismo e industrialización– se cumple a pasos agigantados. El autor ensaya una comparación elemental de los espacios –física e históricamente constituidos– a un lado y otro del Río Bravo: “Mientras que Norteamérica forma un triángulo cuya mayor extensión se encuentra con amplias llanuras y las mejores condiciones geoclimáticas, lo que ha facilitado su gigantesca expansión unificadora, América del Sur es también un triángulo cuya mayor anchura la cubre el ‘infierno verde’ de la olla amazónica. Así, un desierto ecuatorial descoyunta a América Latina en dos zonas principales, pero casi incomunicadas: la zona del Mediterráneo Caribeño, que comprende México, Centroamérica, las Antillas, Colombia y Venezuela, y la zona del ‘Cono Sur’, cuyo centro vital es la Cuenca del Plata. Y un como gozne mediador entre esas dos zonas, que son los países andinos. En tanto que lo mejor de Estados Unidos está en su zona más ancha, lo mejor de América del Sur está en su zona más estrecha. Pero en la desembocadura de esa zona óptima de América del Sur está el Uruguay” (Methol Ferré, 2015: 97).
El Uruguay aparece, en este esquema, como poseedor de la enzima a través de la cual puede fermentar el acercamiento entre hispano y lusoamérica. Lo veremos enseguida: en el anudamiento estratégico entre la Argentina y el Brasil reside el nervio decisivo de la vertebración regional.

Pero no podemos avanzar más en estas reflexiones sin formular algunas preguntas sustantivas, indispensables: ¿por qué, ante la crisis del orden decimonónico, el destino soberano de nuestros pueblos se cifra exclusivamente en la posibilidad de articularse económica y políticamente? ¿Cómo justificar esa –añorada– fatalidad? En la búsqueda por desenredar estos interrogantes cobra forma la propuesta programática de Methol, su paradigma geoestratégico.

Continentalismo

De aquí en adelante, comenzaremos a entrelazar la lectura del texto de 1967 con la de Los Estados Continentales y el Mercosur, otra de las obras que nutren estas líneas. Allí el autor diseña su concepto madre, sobre el cual se endereza todo su pensamiento y de cuyo seno se desprenden lineamientos indelebles para la voluntad integradora que recorre –en formas diversas– nuestra portentosa región. Nos referimos al Estado Continental Industrial. En rigor, el filósofo montevideano se topa con esta noción. Es Juan Domingo Perón quien, consciente de su perentoriedad histórica, anuncia la era del “continentalismo” en dos breves pero potentes discursos enunciados a comienzos de los 50.[7]

Vaya una digresión: tanto el presidente argentino, notable caudillo de masas, como el penetrante geopolítico oriental, organizan buena parte de sus reflexiones en torno a una idea de destino, por momentos vaga, otras veces inequívoca. Ambos manejan, pues, una filosofía de la historia: trazan sus presunciones alrededor de un gran itinerario cuyos quiebres internos se acoplan a las grandes transiciones espaciales y sociales de la humanidad. Así, sobrevuela en muchas de sus meditaciones un aire profético, providencial, aunque con hondas raíces analíticas. No obstante, la senda histórica –expuesta al tironeo incesante entre necesidad y libertad– está sujeta a desvíos, y su concreción no siempre respeta el cauce de las grandes lógicas. Exactamente allí, en esa intemperie ríspida, operan las relaciones de poder. En este sentido, Methol sostiene: “La historia es a la vez lógica y novela, universal e individual, cantidad y cualidad, ley y libertad, en unidad indisoluble. Lo necesario alienta en lo contingente, y lo contingente, el azar, la libertad, se construye sobre la necesidad” (Methol Ferré, 1966: 7). Conforme a esto, el destino de la región no se inscribe en un rumbo preestablecido. Pero, si se mira bien –y aquí la apuesta política– es posible divisar una encrucijada, un punto donde se definen las probabilidades soberanas de América Latina. De allí el categórico dilema: “Unidos o dominados”. Y su prolongación axiomática: “Quienes aspiran a un protagonismo histórico, no tienen otra vía que la participación de un Estado Continental” (Methol Ferré, 2009: 99). Estas son las disyuntivas tatuadas en el horizonte regional.[8]

Retomemos. En la obra que escribe en los confines del siglo XX, el ensayista rioplatense hace un esclarecedor repaso por los autores que, desde diferentes ángulos, han trabajado con dedicación la cuestión geopolítica. A su vez, para entrar con mayor recorrido a su planteo, describe el papel histórico del Estado-Nación, bisagra en el desplazamiento planetario –pero dispar– desde las sociedades agrarias hacia las industriales, donde gruesos conjuntos poblacionales se unifican y homogenizan bajo los cánones de la modernidad.[9] Según Methol, los Estados nacionales en América Latina expresan una suerte de “mixturación” entre los polos “agrario-urbano” y “urbano-industrial”.[10] De las proporciones que cada polo tributa a dicha conjunción se desprende el “atraso” o “progreso” de nuestros pueblos respecto a un movimiento histórico que, en este punto, el autor considera irreversible, aunque enmarcado en un “sentido” más amplio.

Esta vuelta sobre la historia, el estudio de su movimiento, tiene como objeto “escudriñar los signos del futuro”. Esa, y no otra, es la vocación de Methol. Desde ese ángulo, avizora con claridad una reconfiguración del Estado, en sintonía con un proceso de adecuación al nuevo patrón de poder que, a partir del dominio acabado sobre los espacios,[11] opera en una escala planetaria: “Parece ser que el proceso de globalización no tiene otro desenlace terminal que un solo Estado-Mundial. Cualquiera con sentido común y prudencia puede vislumbrarlo totalmente emergido en uno o dos siglos más. Es algo que empieza a integrar el horizonte normal. Está en la lógica histórica de lo más probable. Ese Estado-Universal no es el fin de la historia. Es sólo el fin del proceso de unificación mundial. Le seguirá la historia del Estado-Global, de la Tierra. No habrá más guerras internacionales, sino sólo guerras civiles. El Estado de la aldea total tampoco será el fin del conflicto en la historia. Pero el pasaje a ese Estado-Mundial, saldrá del Concierto y lucha de los Estados-Continentales” (Methol Ferré, 2009: 69).

Lentamente, vamos divisando una respuesta para los enigmas planteados más arriba. En el nuevo cuadrilátero planetario, el paradigma del Estado-Nación queda rebasado, pues el agente que influirá verdaderamente en el diseño del orden en ciernes no será otro que el Estado-Continental. Luego de las guerras mundiales que sacuden la primera mitad del siglo XX, el rumbo global comienza a dirimirse con claridad entre actores de dimensión continental. La Guerra Fría abre una nueva era que, lejos de cerrarse con la caída del Muro de Berlín –como pudo creerse durante la década de 1990–, tiene una quemante vitalidad. La multipolaridad expresa, precisamente, esta dirección. La rearticulación interna de Rusia y China, así como sus movimientos geoestratégicos en el último decenio, así lo reafirman.[12] Estados Unidos, pionero en la consideración política de los “grandes espacios”, tiene –tras la disolución de la Unión Soviética– al menos dos contrincantes de su especie. Ahora bien, ¿qué acontece con las demás regiones? ¿De qué manera dilucidar la lógica intrínseca a este fenómeno –el continentalismo– que con su curso aspira a rubricar el siglo XXI?

Como marco analítico general para aproximarse a la cuestión, Methol incorpora –con matices– la mirada del politólogo estadounidense Samuel Huntington.[13] No es fortuita esta constante invocación de autores procedentes del “centro” global, pues para el pensador uruguayo son las grandes potencias las que más han meditado sobre la Tierra en forma holística, con una “mirada de largo alcance”, y es por eso que debemos “atravesar sus pensamientos para poder vernos mejor” (2009: 91). El ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, fallecido en 2008, formula una sustanciosa categoría: los Estados nucleares civilizatorios. En su opinión, son los actores determinantes del nuevo orden global –multipolar y multicivilizatorio– toda vez que cuentan con la capacidad de dirigir y potenciar a sus respectivas regiones en la arena mundial, logrando intervenir en su diseño. Esta forma estadual articula a su alrededor –y emana de– un círculo histórico-cultural: “el ámbito nacional mayor posible”, que abarca hasta allí donde comienza a languidecer la identidad común.

Methol completa aquello que Huntington no acaba por decir: un Estado de esas características sólo puede ser continental, y esto corre para todas aquellas regiones que anhelan participar de forma activa en la edificación del orden multipolar. En suma, América Latina se encuentra ante el desafío de constituir su Estado nuclear civilizatorio: su unidad continental –concomitante con una vigorosa industrialización– a menos que, indolente, asuma un mendicante lugar en el “coro de la historia”. En otras palabras, la soberanía de esta gran Nación deshecha es inseparable de su mancomunión. Y ese es el sentido de nuestra fatalidad.

América Latina

El diagnóstico que realiza Huntington sobre nuestra región especifica un rasgo neurálgico: la cualidad bifronte de América Latina, hija de la frontera idiomática trazada por la Conquista española y portuguesa. Esto dota de una marcada particularidad al reto integracionista: aunque Brasil cumple con las condiciones objetivas para devenir Estado núcleo, la diferencia lingüística –con probables repercusiones socioculturales– circunscribe su representación al área lusoamericana. El resto de los países, a excepción de Haití, componen Hispanoamérica.[14] Sus principales entidades son Argentina, México y Venezuela.

Esta dualidad, empero, no arroja por la borda el programa de unificación. Le exige, sí, la articulación de sus poderes internos. A este respecto, Methol (2009: 103) asevera: “Sin poderes internos efectivos, no habrá unificación, ni parcial ni total. Y en la historia, los poderes no son difusos, por el contrario, se ubican en determinados ámbitos espaciales. Se concentran y concertan. Sin centros, no hay poderes reales. Los poderes en la historia son, si son ‘centros de poder’, constelaciones. Si son señalables geopolíticamente, geoculturalmente, geoeconómicamente. Tendremos política latinoamericana en la medida que tengamos claramente en la cabeza la dinámica de nuestros ‘centros de poder’ reales y potenciales, y sus articulaciones viables y probables. Si esto no lo tenemos en la cabeza, pues sólo habrá humareda política, primitivismo”.

Este aliento unificador, piensa el autor, se corporiza lentamente en el Mercosur, desembocadura de un proceso histórico, político y reflexivo muy extenso. Veamos: la refundación literaria –si cabe el término– de la autoconciencia latinoamericana, tras el hiato de las luchas intestinas[15], está animada por la Generación del ‘900 –Rodó, Ugarte, García Calderón, Vasconcelos, Blanco Fombona, entre otros–, un grupo de pensadores comprometidos con la unidad de la Patria Grande, continuadores –en un plano solitario y retórico, pero militante– del proyecto de los líderes independentistas.[16] En efecto, la secuencia del latinoamericanismo es armas, ideas, política. Todas las etapas se ordenan en virtud de la lucha contra las variadas caras del imperialismo. En la última “estación”, de carácter político, se juega la supervivencia del proyecto integrador que forjaron los sables y las lanzas, y que más tarde animaron la palabra y la tinta. El primero en ejercitar el traspaso de las ideas a la escena política es el peruano Haya de la Torre –fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)–,[17] pero el intento más hondo y de mayor escala se manifiesta con el despliegue del peronismo y su llamado a la alianza entre Argentina, Brasil y Chile (Pacto ABC) en la segunda posguerra. Es la primera fase nacional-popular. En los 60 tendrán lugar iniciativas ambiciosas, pero con una visión de la región “indeterminada y a ‘bulto’”, sin “punto de aglutinación”.[18]

De este modo, entrever el sendero de la integración regional supone localizar su punto de aglutinación o, en términos del teórico estadounidense, su Estado nuclear. Algunos párrafos más arriba anticipábamos la importancia del enlazamiento argentino-brasileño en la arquitectura metholiana. Es momento de cruzar estos enunciados y, por fin, explicarnos.

El razonamiento del pensador uruguayo tiene como fondo la absorción de México por el eje norteamericano (EEUU-Canadá) mediante el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Ensombrecida temporariamente la confluencia con el país azteca, el “bulto” se rompe y Suramérica queda frente a dos posibilidades: abroquelarse vía Comunidad Andina y Mercosur, o exponerse al avance del coloso yanqui que, en esos momentos, intenta normativizar el libre mercado como dinámica continental –nos referimos, desde luego, al ALCA: Área de Libre Comercio de las Américas; tentativa frustrada en la IV Cumbre de la OEA debido al accionar conjunto de los gobiernos populares que, por aquel tiempo, proliferaban en la región.

Ante el panorama descripto, Methol ensaya una proverbial disección del mapa austral y alumbra –con claridad meridiana– su infraestructura geopolítica. Allí Brasil representa, sin margen de duda, el “mayor poder sudamericano”. Su presencia consagra a esta zona como lo más consistente de la Nación latinoamericana. Tanto su corpulencia como la posición céntrica que detenta lo convierten en el “mayor ámbito posible de articulación interna entre el norte y el sur de América del Sur” (Methol Ferré, 2006: 116). No obstante ¿qué juego de equilibrios puede destrabar la formación de un Estado nuclear que refleje –y potencie– las dos caras de América Latina? El autor lo explica del siguiente modo: “Para un brasileño comprender sus fronteras es pensar el conjunto de América del Sur. Por eso el ángulo de la geopolítica brasileña es el más accesible para pensar América del Sur. (…) La tendencia natural de los hispanoamericanos del sur es más fragmentaria, por sus vecindades limitadas respectivamente. El Perú es su lugar central (…) pero no nuclear. Entonces ¿cuál es la alianza hispanoamericana con Brasil que realmente importe y sea nuclear? Dijimos que al norte y oeste de Brasil está la Amazonia. O sea, un gran espacio, como un desierto verde que divide a América del Sur en dos. Ese espacio vacío está convirtiéndose en ‘frontera histórica real’ sólo en estos últimos años. (…) Entonces, la única frontera histórica de Brasil con Hispanoamérica es la Cuenca del Plata. (…) Solo allí ha existido una vecindad íntima entre los dos rostros de América Latina. Y allí está el mayor poder hispanoamericano de América del Sur, la Argentina. Así, la única frontera verdaderamente bifronte, en rigor la primer gran frontera ‘latinoamericana’ es la de Brasil y Argentina. Y esa frontera latinoamericana abarca necesariamente a Uruguay, Paraguay y Bolivia. (…) Lo ‘nuclear’ sólo pude ser bifronte. (…) La Alianza Argentino-Brasilera es ‘el núcleo básico de aglutinación’ latinoamericana en América del Sur. El Mercosur y sus asociados es así la ‘base’ latinoamericana en América del Sur. Es la Argentina la que hace verosímil, confiable y fraterna la alianza con Brasil. Este, asociándose con cualquier otro país hispanoamericano del sur, hubiera establecido forzosamente una dependencia. En cambio, Brasil con la Argentina abre realmente un camino fraternal con todos. Argentina es ya potencialmente representativa de los nueve países hispanoamericanos de América del Sur. (…) Brasil necesita de nuestra fortaleza para fortalecerse y a su vez, sólo se puede fortalecer si nos fortalece. Se unifica con nosotros, facilitando también la unión de los hispanoamericanos del sur. Este es el círculo virtuoso que genera la lógica interna del Mercosur (Methol Ferré, 2009: 118).[19]

Con estos rudimentos podemos regresar sobre el primer trabajo y comprender, cabalmente, el llamado que el escritor rioplatense realiza a su patria chica: “Que seamos frontera que une y no que separa. Que el Uruguay sea no la anulación de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina, sino su conjugación. Nexo y no neutralización. (…) La Patria Grande empieza para nosotros por la Cuenca del Plata” (Methol Ferré, 2015: 106). Aún más: “Sin esta estructurada, América Latina no se podrá vertebrar jamás. Porque sus núcleos decisivos, Argentina y Brasil, tampoco se podrían vertebrar jamás, y en su separación histórica está la derrota de América Latina. Lo demás se dará por añadidura” (Methol Ferré, 2015: 113). Dicho en otros términos: “El Uruguay como problema problematiza a toda la Cuenca del Plata. Es que la crisis del Uruguay pone en crisis a toda una época histórica. En efecto, el Estado Tapón era como el arco de bóveda que sostenía los compartimentos estancos rioplatenses, era la clave de la balcanización, su punto de equilibrio. Pero si el Estado Tapón se destapa, todo el equilibrio se rompe y todas las aguas se confunden. Pues el Uruguay es también el talón de Aquiles de la balcanización en el Hemisferio Sur latinoamericano. La inserción del Uruguay en la Cuenca (…) será el punto de fusión de las historias argentina, paraguaya, brasileña, etc. (…) Por aquí comenzará el deshielo de la balcanización latinoamericana (Methol Ferré, 2015: 117).

Examinados los elementos geopolíticos sustanciales, nos toca, finalmente, referirnos al semblante cultural de América Latina.

El sentido

Posiblemente, el texto que mejor puede ayudarnos a terminar de auscultar la estructura ética y cultural de los pueblos de la región, dentro de la lacónica obra metholiana, es La América Latina del siglo XXI.[20] Allí, el teólogo montevideano condensa las ideas trabajadas en la publicación católica Víspera, así como en el Departamento de Laicos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)[21] y en la segunda etapa de la revista Nexo durante la década de los 80.

Al igual que en los escritos explorados más arriba, donde asevera: “Los Estados-Nación que dividen a América Latina fragmentan un mismo y dilatado ‘circulo histórico-cultural’ homogéneo aún en sus mestizajes, que permite decir a Felipe Herrera ‘América Latina es una gran Nación deshecha’” (Methol Ferré, 2009: 74), en La América Latina en el siglo XXI Methol (2006: 92) ratifica ese supuesto fundamental, que es más precisamente el supuesto que cobija a la gran mayoría de las propuestas latinoamericanistas: nos referimos a la afinidad cultural entre los pueblos de la región. A tal punto que dice: “La integración de América Latina tiene una base cultural fuerte y un tejido conectivo económico muy débil. El panamericanismo de Estados Unidos tiene una base económica fuerte, pero carece de una realidad cultural unitaria”.

Como fue señalado al comienzo de este trabajo, los siglos de sujeción al Imperio Hispánico gestan las condiciones culturales de la unidad regional. El escueto mosaico lingüístico que predomina en Latinoamérica es, a todas luces, un facilitador del proyecto integracionista: “El proceso europeo se las tiene que ver con veinte lenguas; el latinoamericano con dos, que nacen de una misma raíz: del latín vulgar del Imperio Romano en su fusión con la fonética indígena, surgen el galaico-portugués, el castellano y el catalán” (Methol Ferré, 2006: 93).

Ahora bien, además de la lengua, hay otro vehículo que facilita la afirmación de una cultura aparentemente homogénea en toda América Latina: la religión. Durante la Conquista, la Iglesia católica desempeñó el rol crucial en los territorios ocupados por Castilla y Portugal, pues introdujo en América el sistema de creencias y valores del Mediterráneo. En efecto, su tarea pastoral incrusta al cristianismo en medio del abanico de cosmovisiones preexistentes y da curso a un proceso de encuentro –y, diríamos, yuxtaposición– cultural nunca antes visto, que va barriendo con las desemejanzas y culminando –según la mirada del filósofo– en una potente aleación. El autor indica: “El círculo cultural latinoamericano tiene su raíz en la Iglesia Católica: por esto los movimientos nacional-populares no caen en el anticlericalismo oligárquico del siglo XIX” (Methol Ferré, 2006: 28). Y más adelante contrasta: “Sin duda puede hablarse de un círculo histórico-cultural latinoamericano en cuya base existe el ethos católico, así como en Estados Unidos existe el ethos protestante” (Methol Ferré, 2006: 48).

Avalado por su rica trayectoria en el debate religioso latinoamericano, Methol (2006: 97) conecta el proyecto integracionista con las preocupaciones que se hallan, a partir del Concilio Vaticano II, en el centro de la agenda de la institución eclesiástica: “Integrarse es, para la Iglesia, un acto de sensatez pastoral: con estados separados no habrá desarrollo seguro ni lucha eficaz contra la pobreza. En el problema de la integración está contenido en síntesis el de la lucha por la justicia, por la investigación científica, por la adquisición de técnica y tecnología, problema que no están al alcance de países individuales y separados. Y es también un acto de inteligencia de los tiempos: una presencia católica importante será todavía más importante en un continente unido”.

De modo que, además del precepto geopolítico según el cual “la integración es el único modo de participar en la globalización, (…) [de] poder entrar verdaderamente en el concierto mundial de las potencias contemporáneas sin ser aplastados” (Methol Ferré, 2006: 84), aparece un precepto ético –que no es más que la otra cara de la moneda–, en virtud del cual la integración es una condición necesaria para alcanzar mayores grados de justicia y de elevación civilizatoria, con base en el desarrollo científico-tecnológico.

Intuimos, en relación a esto último, un vacío, una pieza ausente sin la cual no logramos acceder a la lógica integral del sistema metholiano, asignarle un orden. Lo pronunciado en el párrafo anterior arroja algunas pistas, pues refiere al intento del pensador uruguayo por desentrañar el rumbo civilizatorio de una especie que se precipita hacia la fase final de la globalización. Pensar esta difícil cuestión supone, en primer término, reconocer los signos de la contemporaneidad, rastrear su génesis histórica y proyectarlos en el futuro.

Exonerándonos de la –por demás necesaria– enumeración y caracterización acabada de dichos signos, queremos señalar la existencia de, al menos, una coordenada irrevocable en el planteo del uruguayo: la sociedad industrial. Aspiración troncal de nuestra “actualidad histórica”, aparece como un eje nítido en prácticamente todos los escritos del autor. Hay incluso, un texto temprano donde trabaja en profundidad la cuestión.[22] Allí dice lo siguiente: a “pesar de la diversidad y peculiaridad de cada situación, hay notas comunes que unifican el horizonte de todas las situaciones actuales. Una de las principales, en la que todos participan, es el desvelo e impulso generalizado por la industrialización. Esta es una exigencia mundial, denota una finalidad que traspasa e imanta toda la actualidad histórica a través de la evanescencia múltiple de los sucesos. Apunta una aspiración general y significa un momento de la historia universal del hombre. (…) Sociedad Industrial es un concepto complejo compuesto por dos términos: Sociedad significa el conjunto de hombres convivientes, tomados en su totalidad indivisa, no en cuanto individuos solitarios, como Robinson. Industrial significa un hacer, un modo de relación con la cosa, una forma de acción humana con la cosa que imprime un modo de ser a la cosa. Sociedad Industrial apunta así a la bipolaridad hombre y cosa en relación, en acción recíproca. Es un modo especial de relación hombre-naturaleza. (…)El tercer grado cualitativo-cuantitativo de la relación hombre-cosa, la Sociedad Industrial, no ha sido aún alcanzado históricamente. Es el horizonte que da sentido y al que apuntan los procesos de industrialización actuales, es el fin que cualifica y define el concepto mismo de Desarrollo. (…) La mixtura es inherente a todos los regímenes de industrialización actuales, que no alcanzan el nivel de Sociedad Industrial, que estrictamente es el de la automatización generalizada. (…) La industrialización es un deber, y cumplirlo más y mejor es ser mejor. Este proceso trágico y promisor de Industrialización que apunta hacia la universalidad de la Sociedad Industrial, implica, de suyo, acumulación colectiva de inteligencia, de formas objetivadas o ‘espíritu objetivo’, es decir, acumulación de capital y aumento de la productividad del trabajo. Se inicia el gran tránsito del trabajo como arte servil al trabajo como arte liberal. A una mayor cantidad de tiempo libre para el hombre conquistado, no enajenado en la pereza; tiempo libre por creación humana, no por omisión. Y éste es el gran clamor, la gran rebelión y la gran esperanza de los pueblos por su industrialización, es decir, liberación del peso ciego de la materia. Todo aquello que obstaculice el destino del hombre, en su relación de señorío con la naturaleza, es condenable y está condenado por la ontología histórica, por la eticidad concreta de la historia y su sentido. Todo lo que impida al hombre participar de la victoria del hombre en la cosa, es contrario al hombre y a Dios” (Methol Ferré, 1966, párrafos 15, 17, 52, 54 y 56).

Pero, si sólo nos ciñéramos a los tres textos examinados durante este trabajo, encontraríamos toda una serie de referencias que corroboran nuestra presunción. En varios pasajes del tan lejano como vigente escrito de 1967, Methol (2015: 107) subraya la importancia de este aspecto y su vinculación con la integración continental: “No hay independencia ni desarrollo sin industrialización, a la altura de la técnica de nuestro tiempo. Nuestra industrialización está esencialmente ligada a la de la Cuenca, a la argentina y a la brasileña. Todo otro planteo es ilusión y mistificación. Es pedir ‘Liberación’ aferrándose a las condiciones de la dependencia”.

Mientras en otro pasaje señala: “No ya semicolonias, sino viejas y poderosas naciones europeas carecen ya de dimensiones mínimas –a pesar de su alto nivel– para el adecuado desarrollo tecnológico de sus empresas, de sus fuerzas productivas; y deben romper fronteras, sus exiguos mercados internos, y complementarse y ensamblarse, so pena de ser también colonizados hasta los tuétanos. Si en Europa es así ¿qué queda para nosotros? ¿Pueden acaso Argentina y Brasil creer que tienen en sí la fuerza para realizar por sí la tarea? ¿Pueden creer sostenerse sin apoyo recíproco? Si lo creyeran, les espera sólo el triste destino de capataz, de ‘satélite privilegiado’” (Methol Ferré, 2015: 115).

Incluso, apunta el déficit técnico-industrial como la razón del estancamiento ibérico y, por ende, del desencuentro latinoamericano: “La segregación del Portugal de España la dejó, a la emprendedora burguesía comercial lusitana, raquítica, sin base productiva nacional y, por otra parte, repercutió en la consolidación de los señores en Castilla, quienes vieron facilitada su tarea de ahogar a sus burguesías, en especial catalana. Esa segregación portuguesa fue el golpe definitivo contra las posibilidades históricas de la revolución burguesa en la península ibérica, y condujo al mutuo estancamiento, del que hoy todavía pugnan por salir. (…) Aquí está el nudo de la gran frustración nacional hispánica y la raíz de la disgregación hispanoamericana” (Methol Ferré, 2015: 115).

De esta manera, aparece ante nosotros una visión global del planteo de Methol Ferré. A partir de la identificación de la “Sociedad Industrial” como horizonte civilizatorio de la humanidad, podemos dar con una dirección, un sentido que recupera todos los hilos de su pensamiento y los urde en una trama común: el ingreso soberano de la región en una nueva era histórica –la de los “grandes espacios”–, caracterizada por una elevación técnico-científica, productiva y moral, y dotada de mayores grados de eticidad y justicia, presupone la conformación de un Estado Continental latinoamericano, cuya condición de posibilidad reside en la semejanza religiosa, cultural y lingüística entre los diferentes pueblos que la habitan.


Palabras finales

Hablar de Methol es, probablemente, hablar del más importante y original pensador uruguayo de la segunda mitad del siglo XX. Aunque, con mayor justeza, podríamos decir que se trata de uno de los grandes intelectuales del siglo XXI, pues su palabra suena con rigurosa actualidad y, desde marzo de 2013, ha adquirido resonancia ecuménica. Ese hombre, convencido de que “una política nacional empieza por un saber verdadero”, salió de la “historia-isla” –cuidando de no naufragar en la “historia-océano”– para abastecer de coherencia al derrotero de su patria chica, y en esa búsqueda terminó articulando un conjunto de hipótesis de análisis fundamentales para descifrar la suerte de la región latinoamericana.

En efecto, toda su producción ha estado orientada a desenmarañar el rostro del tiempo venidero y a pavimentar los caminos por los cuales América Latina puede reencauzar su inseparable destino, participando activamente en el diseño del gobierno mundial cuya aproximación es, en la mirada del autor, inexorable.

Pero, ¿de qué se trata este despliegue de ideas? ¿Cómo nombrarlo? Latinoamericanista, católico, con notas rotundamente progresivas. Su maquinaria reflexiva navega aguas diversas y, en todas ellas, da con nuevas cuerdas interpretativas, funde historia y territorio y abre paso a fórmulas políticas inexploradas. Es que Methol se prolonga en la potencia de su obra, y sólo el tiempo –implacable agrimensor– dictaminará la precisión de su extensa mirada, de su ingenio filosófico aplicado a nuestra desmesurada realidad.






Bibliografía
Methol Ferré A (1959): La crisis del Uruguay y el Imperio Británico. Buenos Aires, Peña Lillo.
Methol Ferré A (1966): La dialéctica hombre-naturaleza. Instituto de Estudios para América Latina.
Methol Ferré A (1967): El Uruguay como problema. Montevideo, HUM, 2015.
Methol Ferré A (1999): Los Estados Continentales y el Mercosur. Merlo, Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, 2009.
Methol Ferré A y A Metalli (2006): La América Latina del siglo XXI. Buenos Aires, Edhasa.
Vignolo L (sf): Biografía de Methol Ferré. www.metholferre.com/methol_ferre/biografia.php.

Carlos Javier Avondoglio es licenciado en Ciencia Política (UBA), integrante del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte (UNLa).
[1] Geopolítica de la Cuenca del Plata en su edición argentina.
[2] Se publica recién una década más tarde (Luis Vignolo, sf).
[3] Entrevistas, artículos y conferencias de menor envergadura que servirán de apoyatura en distintos pasajes del escrito.
[4] Parte de estas vinculaciones se generan a partir de la fundación de la revista Nexo, que bajo la dirección de Methol abordará la cuestión latinoamericana desde el punto de vista uruguayo. La segunda etapa de esta publicación, en la década de los 80, asumirá un perfil marcadamente católico (Luis Vignolo, sf).
[5] Los síntomas de esa decadencia ya están perfilados por el autor en La crisis del Uruguay y el Imperio Británico (1959).
[6] “La renta diferencial fue el paraíso de la paz uruguaya y el desfonde de la renta diferencial será el infierno tan temido” (Methol Ferré, 2015: 88). La peculiar posición de las regiones ubicadas en los márgenes del Plata se vincula con, en palabras del autor, una maravillosa “cibernética natural” que, mediante una inversión ínfima, posibilita la obtención de una extraordinaria renta diferencial. A través de la misma se conforman las oligarquías dispendiosas y parasitarias, pero también, en función de los vaivenes del mercado internacional y los cambios de la política interna, se financian la industria liviana y el mercado interno, posibilitado márgenes apreciables de redistribución social y hábitos de consumo masivo improbables en el resto de América Latina. En este marco, se fortalece notablemente el sindicalismo, cuya influencia en el esquema de poder de aquellos países sureños se vuelve determinante. Sin embargo, el resquebrajamiento de este modelo –cuyos síntomas Methol precisó- se profundiza sensiblemente con la llegada del neoliberalismo en los 80 y 90, en la medida que la vieja división internacional del trabajo pierde sus papeles y cede terreno ante un nuevo diseño, donde las corporaciones transnacionales absorben –mediante sus múltiples redes geoeconómicas– cuotas cada vez más importantes de la renta sobre la cual descansaba la “armonía de clases”.
[7] Nos referimos al discurso que pronunció el 22 de septiembre de 1951 por el aniversario de la independencia de Brasil –que luego se publicó bajo el título de Confederaciones continentales– y a la exposición “La Integración Latinoamericana” dictada el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Superior de Guerra. Además de arrojar los fundamentos básicos de la llamada Tercera Posición, el presidente argentino advierte sobre la era del continentalismo y, en esa línea, pone de relieve la importancia de la unión argentino-brasileña para alcanzar la integración regional.
[8] La fatalidad, bajo esta luz, es la opción por el proyecto unificador, no la suerte que el mismo correrá.
[9] Los estudios decoloniales en boga tienden a afirmar que la homogeneización nacional se da en términos compulsivos y fragmentarios, y que los cánones modernos encubren un sesgo, una supremacía y una invisibilización. Methol no omite la cuestión. Por su parte, reconoce y valida el papel de la “cultura occidental”, cuyo desenvolvimiento da forma al Estado moderno. Sostiene, apoyándose en Gellner, que dicha “contingencia” –el predominio de Occidente– responde a “necesidades universales”.
[10] Los arquetipos del Estado-Nación industrial clásico –pues reúnen de modo estable burocracia estatal, industria, ciencia y tecnología, y uniformidad cultural– han sido, para nuestro autor, Gran Bretaña y Francia, seguidos por Alemania, Italia y Japón.
[11] “Existe globalización cuando un círculo se cierra y se vuelve imposible que exista otro” (Methol Ferré, 2006: 39).
[12] Rearticulación efectuada en una clave que, tal como indica Ratzel, supone población, industria, interconexión y cultura. La desmesura y la mengua de los viejos imperios agrarios reside, justamente, en que carecían de estos elementos, sin los cuales se vuelve impensable una amalgama política duradera en territorios mayúsculos como los que detentaban.
[13] El autor recupera los conceptos vertidos en, probablemente, la obra más significativa de Huntington: El choque de civilizaciones y la configuración del nuevo orden mundial (1996).
[14] Methol afirma que, en realidad, la denominación “Hispanoamérica” comprende a los dos rostros de la región, pues remite a un pasado común. Hasta el final de sus días, persistirá en la difusión de esa verdad histórica: “Todo comenzó en los seis siglos de la Hispania romana, origen común de Castilla y Portugal. E incluso Portugal fue un condado de Castilla, que se independiza en el siglo XII. Hay un vaivén incesante de alianza y conflicto entre Portugal y Castilla. Desde la paz de Alcaçovas (1478) hay una sólida ‘alianza peninsular’ con tensiones menores. Esta Alianza Peninsular culmina en el período de 1580-1640 en que los Felipes de Habsburgo heredan la Corona de Portugal. De tal modo los brasileros y nosotros tuvimos un mismo rey durante 60 años. Es el mayor antecedente de nuestra unificación. (…) Las Españas comprendían por igual a Portugal y Castilla. Porque sencillamente España es la castellanización de Hispania. Son lo mismo. Luego de la separación de Portugal, en 1640, el nombre de España queda como propio del conjunto de los otros reinos. (…) Al producirse la Independencia, en las decadentes España y Portugal surge el ‘iberismo’ para intentar una recuperación común al modo de los movimientos de unificación nacional italiano o alemán. (…) Este iberismo decimonónico fue importante por dos razones. La primera que intenta retomar la ‘Alianza Peninsular’ que corre de 1478 hasta la separación de 1640. (…) Es la era de la ‘Alianza Inglesa’ de Portugal, en intenso conflicto con España en especial en la frontera de la Cuenca del Plata. En esta ‘era conflictiva’ se formó un nacionalismo portugués extremadamente anti-español, filo-inglés que preside una historiografía negadora de la anterior ‘Alianza Peninsular’. De esa ‘era conflictiva’ son oriundas nuestras historiografías brasileras, argentinas, uruguayas y paraguayas, que suponen una ‘eterna rivalidad’ entre Portugal, España y sus vástagos. (…) ‘Hispanoamérica’ es más rigurosa en cuanto al origen, la Hispania romana, que ‘Iberoamérica’. Esta designa una geografía y una etnia prehistórica que poco tiene que ver con nosotros. Pero además es el término de ‘hispanoamericanos’ el que empieza a difundirse desde las últimas décadas del siglo XVIII en los reinos de Indias. (…) Por otra parte, para terminar, ‘América Latina’ es perfectamente legítima, se refiere a la actualidad del latín vulgar, del que son contemporáneamente sus ramas: el castellano, portugués, francés, italiano, catalán, etcétera” (Methol Ferré, 2009: 45).
[15] Nos referimos a las guerras civiles –o nacionales, si admitimos la huella de las intrigas imperialistas.
[16] A diferencia de la generación previa, identificada con la constitución de los Estados oligárquico-liberales, los pensadores del 900 parten del hombre americano real para pensar el devenir de la región, y no desde los modelos provenientes de Europa y Estados Unidos (Methol Ferré, 2006: 47). Esta desemejanza es, con toda seguridad, la que les permite identificar los problemas comunes al conjunto de los pueblos latinoamericanos y bregar por su aproximación.
[17] En La América Latina del siglo XXI (2006: 46) Methol aduce que Haya de la Torre es quien, despojado de la imitación maquinal que afecta a las clases dirigentes latinoamericanas, plantea “las tres exigencias de base: democratización, industrialización e integración”, estrenando la “lucha consciente por la construcción de una sociedad industrial moderna en América Latina”.
[18] El autor refiere, principalmente, la ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio) promovida por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), el Mercado Común Latinoamericano, el foquismo y los regímenes de la “seguridad nacional”. Valora positivamente la firma del Pacto Andino, pero considera que no tiene la potencia suficiente para funcionar como espacio de aglomeración.
[19] El Uruguay como problema permite, por lo demás, extraer conclusiones sobre las alternativas de la Argentina para actuar como contrapeso y adalid hispanohablante frente al poderío brasileño: “Si alguna vez Argentina abrigó ilusiones competitivas en un mano a mano con Brasil, hoy es asunto descartable. Esta situación lleva hacia una radical modificación de la política tradicional argentina. Si queda algún destino especial para Argentina en América Latina, ese destino se juega en el espinazo andino, hacia él océano Pacífico. Los caminos de San Martín son los caminos del futuro argentino, en el sentido de ensamblar con el proceso de liberación nacional de los otros países latinoamericanos, poniendo su potencial industrial a su servicio, como único medio de consolidación y expansión industrial real. El futuro latinoamericano de Argentina se juega en la ‘zona andina’, pero su conservación más elemental en el Uruguay (…). Argentina también se latinoamericaniza como cuestión ya, de supervivencia. Claro, no le va a ser sencillo reorientarse desde el Atlántico al Pacifico y los Andes, desde Buenos Aires hacia el norte, pero no tiene más remedio. Si Argentina nació desde el Perú, o vuelve hacia el Perú, o no tendrá posibilidad alguna de vertebrarse y alcanzar la viabilidad” (Methol Ferré: 2015: 139).
[20] Estrictamente, se trata de un libro-entrevista resultante de una serie de diálogos con el italiano Alver Metalli.
[21] A su vez, es el primer laico en integrar el Consejo Teológico Pastoral y llega a desempeñarse como secretario de monseñor Antonio Quarracino cuando éste queda al frente del organismo (Luis Vignolo, sf).
[22] “La dialéctica hombre-naturaleza” (1966). Para comprender en detalle la dialéctica hombre-cosa y la secuencia histórica en que se cristaliza la “emergencia racional del hombre por sobre la naturaleza” –así como otras consideraciones de importancia–, consultar el artículo completo.


Publicado originalmente em: Revista Movimiento. ISSN 2618-2416.

quinta-feira, 10 de outubro de 2019



A Terra é Redonda, 10/10/2019

 

Para pensar sobre o futuro, depois do senhor Guedes e seu capitão



por José Luís Fiori*, 

No início dos anos 1990, na véspera de sua dissolução, a União Soviética tinha 293 milhões de habitantes, e possuía um território de 22.400.000 km, cerca de um sexto das terras emersas de todo o planeta.

Seu PIB já tinha ultrapassado os dois trilhões de dólares, e a URSS era o segundo país mais rico do mundo, em poder nominal de compra.

Além disso, era a segunda maior potência militar do sistema internacional, e uma potência energética, o maior produtor de petróleo bruto do mundo. Possuía tecnologia e indústria militar e espacial de ponta, e tinha alguns dos cientistas mais bem treinados em diversas áreas, como a física de altas energias, medicina, matemática, química e astronomia.


E, finalmente, a URSS era a potência que dividia o poder atômico global com os Estados Unidos. Mesmo assim, foi derrotada na Guerra Fria, sendo dissolvida no dia 26 de dezembro de 1991, e depois disto, durante uma década, foi literalmente destruída.

No entanto, ainda antes da dissolução soviética, Boris Yeltsin – que viria a ser o primeiro presidente da nova Federação Russa – já havia convocado um grupo de economistas e financistas, nacionais e internacionais, liderados pelo jovem ex-comunista Yegor Gaidar, para formular um programa de reformas e políticas radicais, com o objetivo de instalar na Rússia uma economia liberal de mercado.

Depois disso, a dissolução da URSS já pode ser considerada o primeiro passo do grande programa ultraliberal de destruição do Estado soviético e de sua economia de planejamento.

Em 1993, Boris Yeltsin ordenou a invasão e a explosão da Casa Branca do parlamento russo, que ainda se opunha às reformas ultraliberais, levando à morte de 187 pessoas, à prisão dos líderes da oposição e à imposição de uma nova Constituição que facilitasse a aprovação das políticas propostas pelo superministro Yegor Gaidar.

Mesmo assim, e apesar das resistências, já em 1992, Yeltsin ordenou a liberalização do comércio exterior, dos preços e da moeda. Deu início, ao mesmo tempo, a uma política de “estabilização macroeconômica” caracterizada por uma rígida austeridade fiscal.

Por outro lado, o superministro Gaidar – que era considerado um “craque” por seus pares do mundo das finanças – aumentou as taxas de juros, restringiu o crédito, aumentou os impostos e cancelou todo tipo de subsídio do governo à indústria e à construção; fez, ainda, cortes duríssimos no sistema de previdência e de saúde do país.

É fundamental destacar que, como condição prévia, o novo governo russo se submeteu às determinações dos Estados Unidos e do G7, abandonou qualquer pretensão a “grande potência” e permitiu a desmontagem e desorganização de suas Forças Armadas, junto com o sucateamento de seu arsenal atômico.

E foi assim que o “choque ultraliberal” da equipe econômica de Yeltsin conseguiu avançar de forma rápida e violenta: basta dizer que em apenas três anos, Gaidar vendeu quase 70% de todas as empresas estatais russas, atingindo em cheio o setor do petróleo que havia sido uma peça central da economia socialista russa, e que foi desmembrado, privatizado e desnacionalizado.


As consequências do “choque” foram mais rápidas e violentas do que o próprio choque, e acabaram levando Yegor Gaidar de roldão, já em 1994. A inflação disparou e as falências se multiplicaram por toda a Rússia, levando sua economia a uma profunda depressão.

Em apenas oito anos, o investimento total da economia russa caiu 81%, a produção agrícola despencou 45% e o PIB russo caiu mais de 50% em relação ao seu nível de 1990, e vários setores da economia russa foram varridos do mapa.

Por sua vez, a quebra generalizada da indústria provocou um grande aumento do desemprego, e uma queda de 58%, em média, no nível dos salários.

As reformas e o corte dos “gastos sociais” devastaram o nível de vida da maior parte da população; a população pobre do país cresceu de 2% para 39%, e o coeficiente de Gini saltou de 0,2333 em 1990, para 0,401 em 1999.

Uma destruição e uma queda continuada do PIB que não impediram, entretanto, as altas taxas de lucro e o enriquecimento de alguns grupos privados, formados por antigos burocratas soviéticos, que se aliaram com grandes bancos internacionais e participaram do big business das privatizações – em particular, da indústria do petróleo e do gás.

São os assim chamados “oligarcas russos”, multimilionários que dominaram o governo de Yeltsin e criaram junto com ele e seus economistas ultraliberais uma verdadeira “cleptocracia”, que cresceu e enriqueceu a despeito da destruição do resto da economia e da sociedade russas.

Na verdade, em 1991, a União Soviética foi derrotada, mas seu exército não foi destruído numa batalha convencional.

Assim mesmo, durante toda a década de 1990, os EUA, a União Europeia e a OTAN promoveram ativamente o desmembramento do território do antigo Estado Soviético, que perdeu cinco milhões de quilômetros quadrados e cerca de 140 milhões de habitantes.

Tudo feito com a aquiescência subalterna do governo de Boris Yeltsin e de seus economistas ultraliberais, em nome de um futuro renascimento da Rússia, que deveria ser parida pela mão invisível dos mercados.

Mas, como vimos, esse sonho econômico acabou se transformando num grande fracasso, com um custo social e econômico imenso para a população russa.

O primeiro-ministro Ygor Gaidar foi desembarcado do governo em 1994, ainda no primeiro mandato de Yeltsin, e o próprio Boris Yeltsin teve um final melancólico, humilhado internacionalmente nas Guerras da Chechênia e da Iugoslávia, renunciando à presidência da Rússia no dia 31 de dezembro de 1999.

A história posterior da Rússia é mais conhecida e chega até nossos dias, mas talvez deva ser relembrada, sobretudo para os que apostam, no Brasil, na radicalização das privatizações e na desmontagem do Estado brasileiro e de seus compromissos com a soberania nacional e com a proteção social da população.

Porque foi o fracasso do “choque liberal” russo que contribuiu decisivamente para a vitória eleitoral de Vladimir Putin, no ano 2000, e para a decisão de seu primeiro governo, entre 2000 e 2004, de resgatar o velho nacionalismo e retomar o Estado como líder da reconstrução econômica da Rússia, no século XXI.





Tanto Putin quanto seu sucessor, Dmitri Medvedev, e de novo Putin, mantiveram a opção capitalista dos anos 90, mas recentralizaram o poder do Estado e reorganizaram sua economia, a partir de suas grandes empresas da indústria do petróleo e do gás.

Mas isto só foi possível porque ao mesmo tempo retomaram o projeto de potência que havia sido abandonado nos anos 90, com a reorganização de seu complexo militar-industrial e a reatualização de seu arsenal atômico.

Depois disso, em 2008, na Guerra da Geórgia, a Rússia deu uma primeira demonstração de que não aceitaria mais a expansão indiscriminada da OTAN. Mais à frente, o governo russo incorporou o território da Crimeia, em resposta à intervenção euro-americana na Ucrânia em 2014, para finalmente, em 2015, fazer sua primeira intervenção militar vitoriosa fora de suas fronteiras, na guerra da Síria.

Ou seja, depois do seu colapso econômico e internacional dos anos 90, a Rússia conseguiu retomar seu lugar entre as grandes potências mundiais em apenas 15 anos, dando um verdadeiro salto tecnológico nos campos militar e eletrônico-informacional.

Atualmente, as sanções econômicas impostas à Rússia a partir de 2014 vêm produzindo efeitos danosos e gerando grandes dificuldades para a economia russa. Mas tudo indica que já não conseguirão alterar o rumo estratégico que aquele país traçou para si mesmo, voltado para a reconquista de sua soberania econômica e militar destruída na década de 1990.

O Brasil, depois do golpe de Estado de 2015/16, e depois de três anos seguidos da mesma política econômica neoliberal e ortodoxa, está ficando cada mais parecido com a Rússia dos anos 1990.

Quase todos os seus indicadores econômicos e sociais são declinantes ou catastróficos, em particular no que diz respeito à queda do consumo e dos investimentos, e mais ainda, no caso do aumento do desemprego, da miséria e da desigualdade social.

A maioria das previsões sérias sobre as perspectivas futuras são desalentadoras, a despeito da imprensa conservadora que procura transformar em gemada qualquer filigrana de ovo que encontra à sua frente, tentando transmitir um falso otimismo.

Frente a isto, a equipe econômica do senhor Guedes resolveu transformar a Reforma da Previdência na tábua de salvação da economia brasileira, para logo depois inventar um novo Santo Graal. Anuncia agora, em qualquer ocasião, uma privatização radical de todo o Estado brasileiro, incluindo todo o parque industrial petrolífero e a própria Petrobrás.

 
 
Comporta-se como um palhaço de circo mambembe do interior, tentando manter a atenção da plateia entediada com o anúncio da entrada em cena do leão.



Mas tudo indica que sem sucesso, quando consideramos que nesses dois últimos meses, em agosto e setembro, assistimos à maior fuga de capitais da Bolsa de Valores em 23 anos.

É aqui precisamente que a história da Rússia pode nos ajudar a entender o que se passa e prever o que poderá acontecer, tendo em vista as inúmeras semelhanças que existem entre Brasil e Rússia.


Pois bem, o que nos ensina a experiência russa dos anos 1990, e depois?

Primeiro, e muito importante: que a destruição da economia, do Estado e da sociedade russa, na década de 1990, não foi incompatível com o enriquecimento privado, sobretudo dos grupos de financistas e ex-burocratas soviéticos que obtiveram lucros extraordinários com o negócio das privatizações– e que depois assumiram o controle monopólico das antigas indústrias estatais, em particular no campo do petróleo e do gás.

Ou seja, é perfeitamente possível conciliar altas taxas de lucro com estagnação ou recessão econômica, e até com a queda do produto nacional.

Segundo: que os grandes lucros privados e os ganhos estatais com as privatizações não levam necessariamente ao aumento dos investimentos num ambiente macroeconômico caracterizado pela austeridade fiscal, pela restrição ao crédito e pela queda simultânea do consumo.

Pelo contrário: o que se viu na Rússia foi uma gigantesca queda dos investimentos e do PIB russo, da ordem de quase 50%.

Terceiro, e o mais importante: que depois de dez anos de destruição liberal, a experiência russa nos ensina que, em países extensos, com grandes populações eA economias complexas, os “choques ultraliberais” têm um efeito muito mais violento e desastroso do que nos pequenos países com economias exportadoras.

Trata-se de uma situação política insustentável no médio prazo, mesmo com ditaduras muito violentas, como aconteceu com o fracasso econômico da ditadura chilena do General Augusto Pinochet.

A reversão posterior da situação russa também nos ensina que (1) quanto mais longo e mais radical for o “choque utraliberal”, mais violenta e estatista tende a ser sua reversão posterior; e (i) em países com grandes reservas energéticas, é possível e necessário recomeçar a reconstrução da economia e do país, depois da passagem do tufão, a partir do setor energético.


A História não se repete, nem se pode transformar a história de outros países em receita universal, mas pelo menos a experiência russa ensina que existe “vida” depois da destruição ultraliberal, e que será possível refazer o Brasil, depois que o senhor Guedes e seu capitão já tiverem passado em conjunto para galeria dos grandes erros ou tragédias da História brasileira.

 
 


*José Luís Fiori é professor de Economia Política Internacional no Instituto de Economia da UFRJ.



domingo, 6 de janeiro de 2019

Geohistória das Pandemias: 100 anos da Gripe Espanhola, a maior epidemia do século XX

Carta Capital, 05/01/2019

 100 anos da gripe espanhola, a epidemia do século

1918: Quem diria que uma gripe haveria de ser mais mortífera do que quatro anos de uma guerra insana?




Há cem anos, quando a Primeira Guerra Mundial se aproximava hesitantemente do fim, um Vírus influenza diferente de qualquer outro surgido antes ou depois varreu as ilhas Britânicas, matando soldados e civis. Uma das primeiras vítimas foi o então primeiro-ministro britânico e líder na guerra, David Lloyd George.





Em 11 de setembro de 1918, Lloyd George, entusiasmado pelas notícias dos recentes sucessos dos aliados, chegou em Manchester para ser homenageado com as chaves da cidade. Trabalhadoras em fábricas de munição e soldados de folga aplaudiram seu trajeto da estação ferroviária de Piccadilly até a Albert Square. Mas naquela mesma noite ele sentiu dor de garganta e febre, e desmoronou.

Lloyd George passou dez dias confinado em um leito na prefeitura de Manchester, doente demais para se deslocar e respirando com um aparelho mecânico. Os jornais minimizaram a gravidade de seu estado, por medo de presentear os alemães com um golpe de propaganda. Mas, segundo seu camareiro, a coisa foi “imediata”.



Lloyd George, então com 55 anos, sobreviveu, mas outros não tiveram tanta sorte. Em uma era anterior aos antibióticos e vacinas, a “gripe espanhola” — assim chamada porque a Espanha, neutra na guerra, foi um dos poucos países, em 1918, onde os correspondentes tiveram liberdade para relatar o surto – custou a vida de quase 250 mil britânicos.

Cruelmente para um país que tinha visto a nata da juventude masculina ser derrubada pelos canhões alemães, as vítimas, geralmente, eram adultos entre 20 e 40 anos. A mortalidade foi o contrário da maioria das temporadas de gripe, quando os óbitos atingem principalmente os idosos e as crianças com menos de 5 anos.

 

O número total de mortos foi inconcebível: segundo as estimativas mais recentes, entre 50 milhões e 100 milhões de pessoas em todo o mundo pereceram nas três ondas da epidemia, entre a primavera de 1918 e o inverno de 1919. Ajustado pelo crescimento populacional, isso equivale hoje a, aproximadamente, de 200 milhões a 425 milhões de pessoas.



Ao contrário dos dias atuais, quando relatos de novos surtos de gripe aviária no Sudeste da Ásia são monitorados de perto pelo Organização Mundial da Saúde, não houve um sistema de aviso para prevenção. Consequentemente, quando foi relatado, em maio de 1918, que o rei Alfonso XIII estava doente em Madri, a maioria das pessoas levou a gripe espanhola na brincadeira.

O principal conselho era gargarejar com água salgada e isolar-se até que a febre passasse. No entanto, essas regras não se aplicavam aos trabalhadores em munições, que eram instados a “seguir em frente” em nome do esforço de guerra.

Assim como em outras epidemias e pandemias do século XX, tais como a de HIV/Aids, os africanos e asiáticos sofreram proporcionalmente mais que os europeus e norte-americanos. Assim, enquanto a mortalidade média de casos no mundo desenvolvido foi de, aproximadamente, 2%, na Índia, onde morreram 18,5 milhões de pessoas, foi de 6%, e no Egito, com 138 mil baixas, de 10%.

Em regiões isoladas com populações “virgens”, sem imunidade à gripe, o impacto foi realmente incrível – em Samoa Ocidental, por exemplo, um quarto da população foi dizimado. Em comparação, a Samoa Americana não registrou baixas.

A gravidade da epidemia e o padrão peculiar das mortes intrigam os cientistas até hoje. Poucos epidemiologistas acreditam que o surto começou na Espanha, apontando ondas pré-epidêmicas em Copenhague e outras cidades da Europa Setentrional no verão de 1918.

Onde o vírus saltou primeiro das aves para humanos ou algum outro mamífero é ainda mais intrigante, e alguns cientistas dizem que o estado do Kansas, nos EUA, foi um ponto de origem; para outros, o Norte da França ou a China.

No início deste ano, em busca de respostas para uma nova série de podcasts, viajei a Washington para entrevistar um dos principais especialistas mundiais na epidemia de 1918, o patologista molecular Jeffrey Taubenberger, do Instituto Nacional de Alergias e Doenças Infecciosas.

Ele estuda o vírus da gripe espanhola há mais de 30 anos e, no fim de 1990, conseguiu recuperar fragmentos de RNA viral de espécimes patológicos armazenados, retirados de soldados americanos que morreram de gripe em campos do Exército em 1918 e de uma mulher inuit que foi enterrada em uma praia no Alasca, onde o permafrost preservou seu tecido pulmonar da decomposição.

Usando técnicas moleculares modernas, Taubenberger e sua colega Anne Reid ampliaram os fragmentos e, em 2005, publicaram a sequência genética do vírus. Suas descobertas foram chocantes. Antes, epidemiologistas tinham observado que as epidemias de gripe eram precedidas ou seguidas de surtos de doenças semelhantes em cães, gatos e cavalos.

Também se sabia que de vez em quando os vírus da gripe podiam infectar porcos e, é claro, seres humanos, e que os vírus selvagens da doença circulavam em aves aquáticas migratórias. No entanto, quando Taubenberger analisou o genoma da gripe espanhola, descobriu que a maioria de seus genes derivava de um vírus da gripe aviária.

De fato, Taubenberger considerou o vírus H1N1 tão “semelhante ao aviário” que não pôde descartar a possibilidade de que ele tivesse se transmitido diretamente de aves para humanos pouco antes de 1918 – e talvez ainda em 1916.

A descoberta levantou a terrível hipótese de que, no futuro, algum outro vírus influenza aviário – como o H5N1, que circulava então no Sudeste Asiático, ou o H7N9, que atualmente causa infecções esporádicas na China – poderiam subitamente adquirir a capacidade de provocar uma epidemia igualmente devastadora.


Para evitar esse caso, Taubenberger e outros cientistas com acesso ao congelador que contém os vírus são rastreados pelo FBI e têm de usar luvas duplas, um respirador e roupa de proteção completa – como as usadas por profissionais médicos durante a epidemia de ebola no Oeste da África. Eles também devem se submeter a um escaneamento de íris. “É realmente equivalente à autorização de alto sigilo”, diz ele.

A experimentação continuada é necessária para o desenvolvimento de vacinas e outras intervenções médicas. Em ratos, a gripe espanhola H1N1 é extremamente contagiosa, gerando 39 mil vezes mais partículas de vírus que uma variedade moderna.

Ao visar a reação inflamatória, Taubenberger demonstrou que os ratos podem ser protegidos. Mas os cientistas estão longe de descobrir a cura da gripe, muito menos uma vacina universal contra variedades epidêmicas sazonais e futuras.

De modo frustrante, ainda não se sabe onde e quando a gripe espanhola adquiriu seus genes aviários e começou a se espalhar por humanos. Os genes aproximam-se mais de aves aquáticas da América do Norte, mas, apesar de examinar as extensas coleções de aves do Instituto Smithsonian, Taubenberger não conseguiu encontrar restos de autópsias viáveis anteriores a 1918.

Uma teoria é que o chamado evento de disseminação ocorreu no início de 1918, não distante de um acampamento do Exército dos EUA no Kansas que fornecia soldados à Força Expedicionária Americana.

Certamente houve surtos explosivos de uma doença semelhante à influenza no Camp Funston, em Fort Riley, em março de 1918, seguidos de surtos semelhantes ao longo do litoral Leste do país e nos navios que transportavam soldados para a França.

No entanto, os primeiros fragmentos do vírus epidêmico obtidos por Taubenberger datam de maio de 1918, por isso não há como dizer se surtos anteriores foram causados pela variedade epidêmica, em oposição a uma gripe sazonal comum.

Uma teoria rival, preferida pelo virologista britânico John Oxford, é que a epidemia começou em Étaples, um enorme campo militar britânico a uma hora a sudoeste de Boulogne, na França. Com acomodações para até 100 mil soldados, Étaples fica numa rota de aves migratórias próxima ao estuário do Rio Somme, e tinha todas as condições necessárias para um evento de disseminação: aves aquáticas silvestres, mais galinhas e porcos vivendo muito próximos de homens amontoados em barracões sem ventilação.

Étaples também tinha vários hospitais, para onde foram levados para tratamento soldados cujos pulmões tinham sido comprometidos por gases mutagênicos utilizados em batalha.

No inverno de 1917, centenas de soldados britânicos foram atingidos por sintomas semelhantes aos da gripe, e médicos em Étaples registraram 156 mortes. Na época, a epidemia foi chamada de “bronquite purulenta” por causa do pus amarelo que brotava das passagens aéreas maiores dos pulmões em autópsias (alguns médicos acharam que pareciam os danos nos pulmões causados pelo gás fosgênio).

Outra característica proeminente era a cianose, uma coloração arroxeada dos lábios, ouvidos e faces, causada pela falta de oxigênio no coração.

Mas talvez a maior pergunta não respondida seja por que a gripe espanhola se mostrou tão mortal para os jovens adultos? Aqui, a ciência atual tem hipóteses, mas nenhuma boa resposta.

Uma sugestão é que os idosos gozavam de maior imunidade, porque, quando crianças, tinham sido expostos a um vírus epidêmico com formação genética semelhante ao H1N1 da gripe espanhola.

Por outro lado, as pessoas com mais de 28 anos tinham um ponto cego imunológico, porque sua primeira exposição tinha sido à “gripe russa” de 1890, um vírus H3 com uma configuração genética completamente diferente.

Ou talvez o padrão de mortalidade incomum visto em 1918 fosse o resultado de uma exposição ambiental ainda não identificada ou fator de estresse peculiar a jovens adultos na época.

Responder a essas perguntas é importante porque os genes da gripe espanhola continuam circulando em populações humanas e de suínos até hoje. Alguns desses genes são descendentes diretos do vírus de 1918, outros se remisturaram com novos vírus epidêmicos, como o da gripe de Hong Kong de 1968 e o vírus híbrido H1, responsável pela epidemia de gripe suína de 2009.

Como diz Taubenberger, “(o surto de) 1918 causou uma introdução muito bem-sucedida de um vírus semelhante ao avícola em seres humanos que nunca desapareceu em cem anos. Ela realmente foi a mãe de todas as epidemias”.

A epidemia foi especialmente dura para as crianças, talvez mais que para qualquer outro segmento da população. Na Cidade do Cabo, na África do Sul, observou uma testemunha, a onda do outono “deixou órfãs entre 2 mil e 3 mil crianças”.

Em Londres, entretanto, estima-se que 16 mil pessoas tenham morrido entre setembro e dezembro de 1918, na maioria homens e mulheres jovens. O resultado foi que 1919 seria o primeiro ano desde que começaram os registros na Grã-Bretanha em que a taxa de mortalidade superou a de nascimentos.

Hoje há poucas pessoas ainda vivas que podem lembrar daqueles dias sombrios em novembro, quando, segundo o oficial médico-chefe de Manchester, James Niven, “parecia que seria impossível preparar caixões para os mortos, ou coveiros para cavar os túmulos”. Motivo ainda maior para, no ano do centenário da epidemia, nos lembrarmos das experiências dos sobreviventes da Dama Espanhola.


 Fonte: Carta Capital, 05/01/2019