Revista Movimiento
25, Oct,2019
Destino latinoamericano: una aproximación a la obra de Methol Ferré
Carlos Javier Avondoglio
“Los hombres sólo se vuelven a la historia, en su auténtico
valor, más allá de su presente, cuando una gran inquietud los acucia y
necesitan entender y medir mejor su actualidad, escudriñar los signos
del futuro” (Methol Ferré, El Uruguay como problema).
Marco de enunciación y matriz reflexiva
Alberto Methol Ferré (1929-2009), filósofo, teólogo e historiador
uruguayo. Profesor, asesor político y académico, miembro del Consejo
Episcopal Latinoamericano. Impulsor de la teología del pueblo y
destacado promotor de una mirada geopolítica –en clave integradora–
sobre la historia y el devenir de América Latina. La originalidad de su
pensamiento y la elocuencia de su prosa capturan con inusitada precisión
el espíritu de nuestra época, sus posibilidades y desafíos.
En efecto, los conceptos de Methol –verdaderas herramientas que
permiten asomarse al espacio, la historia y la política– inauguran un
enfoque situado, sólidamente fundamentado y no desprovisto de
plasticidad, puntos donde se sustenta su inequívoca vigencia. En las
líneas que siguen intentaremos reparar, de modo articulado, en los
grandes núcleos de tres elaboraciones, tal vez las más relevantes o las
que mejor permiten abordar las muchas dimensiones de su pensamiento: El Uruguay como problema[1] (1967), Los Estados Continentales y el Mercosur (1999)[2] y La América Latina del siglo XXI (2006).[3]
La selección de trabajos y el rastreo de ideas –así como su orden y
disposición– se basan, como es fácil suponer, en elementos subjetivos.
Los criterios se hallan definidos por dos problemas, a nuestro juicio,
fundamentales: a) la fisonomía geocultural, mítica, política y espacial
de la región; y b) las perspectivas de integración de los países que la
conforman. Ambas dimensiones problemáticas se irán urdiendo a lo largo
del ensayo, en función de la ruta argumental que cada tema requiera.
¿De qué modo se configura la cartografía reflexiva de Methol?
Discípulo de Luis Alberto de Herrera y asistente de Eduardo Víctor
Haedo, referentes del Partido Nacional, no sorprende su temprana
adhesión al revisionismo rioplatense. Promediando la década de 1950 se
acerca a dos exponentes de esta profusa corriente historiográfica en la
otra orilla del Plata: Arturo Jauretche, reconocido polemista y escritor
criollo, y Jorge Abelardo Ramos, sagaz pluma de la izquierda nacional.[4]
El cotejamiento de los postulados revisionistas con la encrucijada de
un país que pareciera no dar con una salida para su inestable
decadencia,[5]
lo lleva a replantear los fundamentos clásicos de la política exterior
nacional, pues allí, en el vínculo con sus más inmediatos vecinos, se
inscribe un destino posible para el Uruguay. Sobre esa preocupación y en
torno a aquella alternativa comienza a construirse el ideario
metholiano: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el
Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de
modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre
Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Seguramente, sus repercusiones
son aún más lejanas. Por eso, una reflexión sobre su historia, raíces y
prospectiva compromete y está empeñada directamente con sus vecinos.
Tanto para ellos como para nosotros, una distracción acerca del otro
equivale a un olvido de sí mismos. El Uruguay separado de su contexto
renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad tentadora del
solipsismo político” (Ferré, 2015: 53).
Comprender al Uruguay: he ahí el asunto capital. Desarmada la
placidez insular a partir del ocaso del Imperio Británico, la pregunta
por el destino y la viabilidad de la “Suiza sudamericana” aparece con
fuerza.[6]
Problematizar la génesis de la República: el proyecto artiguista, su
derrota, el papel de la hábil diplomacia foránea. La historia reabre una
vieja disyuntiva: Uruguay se hallará en su destino latinoamericano,
materializando el sueño de Artigas, o se extraviará en el laberinto
semicolonial, bajo la égida de un nuevo imperialismo.
Desde luego, al autor le interesa la realización de la primera
posibilidad. Respecto a ella, cabe preguntarnos: ¿qué antecedentes
históricos le dan sustento? ¿Cuáles son los argumentos que explican su
vitalidad política? El pensador oriental recuerda, en referencia a esto,
el panorama dispuesto por el triunfo independentista que conmociona a
un vasto territorio unido durante tres siglos por el dominio ibérico,
cuya huella se refleja en la articulación religiosa, cultural y
lingüística de los pueblos allí esparcidos. El triunfo de la “fronda
aristocrática” –tal el carácter que Methol asigna a la rebelión de las
oligarquías portuarias contra la burocracia colonial– en simultáneo con
la interesada acción diplomática o bélica (vía Portugal-Brasil) de Gran
Bretaña –fundada en el principio divide et impera–, arrojan al
mundo una bandada desacompasada de repúblicas formalmente soberanas,
insertadas en la división internacional del trabajo como proveedoras de
materias primas. Ese desenlace signará la derrota de Bolívar, San Martín
y Artigas, es decir el desbaratamiento del anhelo profundo que, contra
la codicia de mercaderes y terratenientes, caracterizó a la primera fase
de la emancipación americana.
Montevideo o Colonia del Sacramento, Banda Oriental o Provincia
Cisplatina, la tensión entre España y Portugal primero, entre la
Argentina y el Brasil después, no se resolvió a favor de ninguna de
estas alternativas. Ubicada en la puerta de entrada a la Cuenca del
Plata, arteria fundamental de Nuestra América, los lores ingleses no
dejarían esta zona estratégica librada al azar de las disputas
intrarregionales, expuesta a ser imantada por uno de los polos de poder
que se iban configurando espacial y políticamente en el sur del
continente. En efecto, por intermedio de John Ponsonby, enviado de
George Canning para afirmar el interés británico en esta parte del
globo, toma forma un tercer corolario: el Uruguay que, tal como señala
el autor, “no es hijo de la frontera, sino del mar, y el mar era inglés”
(Methol Ferré, 2015: 62).
La política internacional espeja la situación del país en el orden de
poder global. Uruguay, como hemos visto, es fruto de la geopolítica
inglesa. Por tal motivo, la actuación que desempeña en el concierto
internacional de naciones remite directamente a sus condiciones de
origen, viene impresa en su genealogía. En su carácter de virtual
protectorado británico, la lógica de acción –lúcidamente descodificada
por Herrera en El Uruguay internacional– es la no intervención.
Methol analiza su sentido profundo: “Desde el punto de vista uruguayo,
la No Intervención es mucho más que una doctrina entre otras, o más
justa que otras. (…) Es la razón de existencia del país mismo. En
efecto, Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la
Plata, para desarticular la Cuenca y evitar su control por ningún centro
de poder latinoamericano en el Hemisferio Sur. (…) El Uruguay aseguraba
el desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como
reaseguro, las Malvinas custodiaban discretamente. No olvidemos que es
la operación complementaria que sigue a poco la independencia del
Uruguay. (…) Fuimos intervenidos, para no intervenir. Es el otro rostro
del destierro de Artigas. Más que exilio de Artigas, hubo exilio
americano del Uruguay. Tal el sentido de la Paz de 1828, origen del
país. De ahí el mote por todos conocido: Estado tapón, ‘algodón entre dos cristales’” (Methol Ferré, 2015: 73).
Lo cierto es que la lógica explicitada pierde efectividad en la
medida que se modifica la estructura de poder mundial y se desdibuja el
Uruguay agrario, con su renta diferencial. El “realismo” de Herrera
–“fundador de la conciencia externa del país”– pierde así su anclaje
empírico.
El nuevo centro imperial se aloja, entrado el siglo XX, en la parte
norte de la Isla Continental Americana –utilizando la denominación de
Mackinder– y desde allí extiende sus tentáculos. La configuración
geopolítica de la gran potencia contemporánea se desenvuelve en sentido
opuesto a la que se observa en nuestra región. En aquellos dominios, el
sur agrícola es derrotado y la expansión política, económica y
territorial –vía conquista, proteccionismo e industrialización– se
cumple a pasos agigantados. El autor ensaya una comparación elemental de
los espacios –física e históricamente constituidos– a un lado y otro
del Río Bravo: “Mientras que Norteamérica forma un triángulo cuya mayor
extensión se encuentra con amplias llanuras y las mejores condiciones
geoclimáticas, lo que ha facilitado su gigantesca expansión unificadora,
América del Sur es también un triángulo cuya mayor anchura la cubre el
‘infierno verde’ de la olla amazónica. Así, un desierto ecuatorial
descoyunta a América Latina en dos zonas principales, pero casi
incomunicadas: la zona del Mediterráneo Caribeño, que comprende México,
Centroamérica, las Antillas, Colombia y Venezuela, y la zona del ‘Cono
Sur’, cuyo centro vital es la Cuenca del Plata. Y un como gozne mediador
entre esas dos zonas, que son los países andinos. En tanto que lo mejor
de Estados Unidos está en su zona más ancha, lo mejor de América del
Sur está en su zona más estrecha. Pero en la desembocadura de esa zona
óptima de América del Sur está el Uruguay” (Methol Ferré, 2015: 97).
El Uruguay aparece, en este esquema, como poseedor de la enzima a
través de la cual puede fermentar el acercamiento entre hispano y
lusoamérica. Lo veremos enseguida: en el anudamiento estratégico entre
la Argentina y el Brasil reside el nervio decisivo de la vertebración
regional.
Pero no podemos avanzar más en estas reflexiones sin formular algunas
preguntas sustantivas, indispensables: ¿por qué, ante la crisis del
orden decimonónico, el destino soberano de nuestros pueblos se cifra
exclusivamente en la posibilidad de articularse económica y
políticamente? ¿Cómo justificar esa –añorada– fatalidad? En la búsqueda
por desenredar estos interrogantes cobra forma la propuesta programática
de Methol, su paradigma geoestratégico.
Continentalismo
De aquí en adelante, comenzaremos a entrelazar la lectura del texto de 1967 con la de Los Estados Continentales y el Mercosur,
otra de las obras que nutren estas líneas. Allí el autor diseña su
concepto madre, sobre el cual se endereza todo su pensamiento y de cuyo
seno se desprenden lineamientos indelebles para la voluntad integradora
que recorre –en formas diversas– nuestra portentosa región. Nos
referimos al Estado Continental Industrial. En rigor, el filósofo
montevideano se topa con esta noción. Es Juan Domingo Perón quien,
consciente de su perentoriedad histórica, anuncia la era del
“continentalismo” en dos breves pero potentes discursos enunciados a
comienzos de los 50.[7]
Vaya una digresión: tanto el presidente argentino, notable caudillo
de masas, como el penetrante geopolítico oriental, organizan buena parte
de sus reflexiones en torno a una idea de destino, por momentos vaga,
otras veces inequívoca. Ambos manejan, pues, una filosofía de la
historia: trazan sus presunciones alrededor de un gran itinerario cuyos
quiebres internos se acoplan a las grandes transiciones espaciales y
sociales de la humanidad. Así, sobrevuela en muchas de sus meditaciones
un aire profético, providencial, aunque con hondas raíces analíticas. No
obstante, la senda histórica –expuesta al tironeo incesante entre
necesidad y libertad– está sujeta a desvíos, y su concreción no siempre
respeta el cauce de las grandes lógicas. Exactamente allí, en esa
intemperie ríspida, operan las relaciones de poder. En este sentido,
Methol sostiene: “La historia es a la vez lógica y novela, universal e
individual, cantidad y cualidad, ley y libertad, en unidad indisoluble.
Lo necesario alienta en lo contingente, y lo contingente, el azar, la
libertad, se construye sobre la necesidad” (Methol Ferré, 1966: 7).
Conforme a esto, el destino de la región no se inscribe en un rumbo
preestablecido. Pero, si se mira bien –y aquí la apuesta política– es
posible divisar una encrucijada, un punto donde se definen las
probabilidades soberanas de América Latina. De allí el categórico
dilema: “Unidos o dominados”. Y su prolongación axiomática: “Quienes
aspiran a un protagonismo histórico, no tienen otra vía que la
participación de un Estado Continental” (Methol Ferré, 2009: 99). Estas
son las disyuntivas tatuadas en el horizonte regional.[8]
Retomemos. En la obra que escribe en los confines del siglo XX, el
ensayista rioplatense hace un esclarecedor repaso por los autores que,
desde diferentes ángulos, han trabajado con dedicación la cuestión
geopolítica. A su vez, para entrar con mayor recorrido a su planteo,
describe el papel histórico del Estado-Nación, bisagra en el
desplazamiento planetario –pero dispar– desde las sociedades agrarias
hacia las industriales, donde gruesos conjuntos poblacionales se
unifican y homogenizan bajo los cánones de la modernidad.[9]
Según Methol, los Estados nacionales en América Latina expresan una
suerte de “mixturación” entre los polos “agrario-urbano” y
“urbano-industrial”.[10]
De las proporciones que cada polo tributa a dicha conjunción se
desprende el “atraso” o “progreso” de nuestros pueblos respecto a un
movimiento histórico que, en este punto, el autor considera
irreversible, aunque enmarcado en un “sentido” más amplio.
Esta vuelta sobre la historia, el estudio de su movimiento, tiene
como objeto “escudriñar los signos del futuro”. Esa, y no otra, es la
vocación de Methol. Desde ese ángulo, avizora con claridad una
reconfiguración del Estado, en sintonía con un proceso de adecuación al
nuevo patrón de poder que, a partir del dominio acabado sobre los
espacios,[11]
opera en una escala planetaria: “Parece ser que el proceso de
globalización no tiene otro desenlace terminal que un solo
Estado-Mundial. Cualquiera con sentido común y prudencia puede
vislumbrarlo totalmente emergido en uno o dos siglos más. Es algo que
empieza a integrar el horizonte normal. Está en la lógica histórica de
lo más probable. Ese Estado-Universal no es el fin de la historia. Es
sólo el fin del proceso de unificación mundial. Le seguirá la historia
del Estado-Global, de la Tierra. No habrá más guerras internacionales,
sino sólo guerras civiles. El Estado de la aldea total tampoco será el
fin del conflicto en la historia. Pero el pasaje a ese Estado-Mundial,
saldrá del Concierto y lucha de los Estados-Continentales” (Methol
Ferré, 2009: 69).
Lentamente, vamos divisando una respuesta para los enigmas planteados
más arriba. En el nuevo cuadrilátero planetario, el paradigma del
Estado-Nación queda rebasado, pues el agente que influirá verdaderamente
en el diseño del orden en ciernes no será otro que el
Estado-Continental. Luego de las guerras mundiales que sacuden la
primera mitad del siglo XX, el rumbo global comienza a dirimirse con
claridad entre actores de dimensión continental. La Guerra Fría abre una
nueva era que, lejos de cerrarse con la caída del Muro de Berlín –como
pudo creerse durante la década de 1990–, tiene una quemante vitalidad.
La multipolaridad expresa, precisamente, esta dirección. La
rearticulación interna de Rusia y China, así como sus movimientos
geoestratégicos en el último decenio, así lo reafirman.[12]
Estados Unidos, pionero en la consideración política de los “grandes
espacios”, tiene –tras la disolución de la Unión Soviética– al menos dos
contrincantes de su especie. Ahora bien, ¿qué acontece con las demás
regiones? ¿De qué manera dilucidar la lógica intrínseca a este fenómeno
–el continentalismo– que con su curso aspira a rubricar el siglo XXI?
Como marco analítico general para aproximarse a la cuestión, Methol
incorpora –con matices– la mirada del politólogo estadounidense Samuel
Huntington.[13]
No es fortuita esta constante invocación de autores procedentes del
“centro” global, pues para el pensador uruguayo son las grandes
potencias las que más han meditado sobre la Tierra en forma holística,
con una “mirada de largo alcance”, y es por eso que debemos “atravesar
sus pensamientos para poder vernos mejor” (2009: 91). El ex miembro del
Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, fallecido en 2008,
formula una sustanciosa categoría: los Estados nucleares civilizatorios.
En su opinión, son los actores determinantes del nuevo orden global
–multipolar y multicivilizatorio– toda vez que cuentan con la capacidad
de dirigir y potenciar a sus respectivas regiones en la arena mundial,
logrando intervenir en su diseño. Esta forma estadual articula a su
alrededor –y emana de– un círculo histórico-cultural: “el ámbito
nacional mayor posible”, que abarca hasta allí donde comienza a
languidecer la identidad común.
Methol completa aquello que Huntington no acaba por decir: un Estado
de esas características sólo puede ser continental, y esto corre para
todas aquellas regiones que anhelan participar de forma activa en la
edificación del orden multipolar. En suma, América Latina se encuentra
ante el desafío de constituir su Estado nuclear civilizatorio: su unidad
continental –concomitante con una vigorosa industrialización– a menos
que, indolente, asuma un mendicante lugar en el “coro de la historia”.
En otras palabras, la soberanía de esta gran Nación deshecha es
inseparable de su mancomunión. Y ese es el sentido de nuestra fatalidad.
América Latina
El diagnóstico que realiza Huntington sobre nuestra región especifica
un rasgo neurálgico: la cualidad bifronte de América Latina, hija de la
frontera idiomática trazada por la Conquista española y portuguesa.
Esto dota de una marcada particularidad al reto integracionista: aunque
Brasil cumple con las condiciones objetivas para devenir Estado núcleo,
la diferencia lingüística –con probables repercusiones socioculturales–
circunscribe su representación al área lusoamericana. El resto de los
países, a excepción de Haití, componen Hispanoamérica.[14] Sus principales entidades son Argentina, México y Venezuela.
Esta dualidad, empero, no arroja por la borda el programa de
unificación. Le exige, sí, la articulación de sus poderes internos. A
este respecto, Methol (2009: 103) asevera: “Sin poderes internos
efectivos, no habrá unificación, ni parcial ni total. Y en la historia,
los poderes no son difusos, por el contrario, se ubican en determinados
ámbitos espaciales. Se concentran y concertan. Sin centros, no hay
poderes reales. Los poderes en la historia son, si son ‘centros de
poder’, constelaciones. Si son señalables geopolíticamente,
geoculturalmente, geoeconómicamente. Tendremos política latinoamericana
en la medida que tengamos claramente en la cabeza la dinámica de
nuestros ‘centros de poder’ reales y potenciales, y sus articulaciones
viables y probables. Si esto no lo tenemos en la cabeza, pues sólo habrá
humareda política, primitivismo”.
Este aliento unificador, piensa el autor, se corporiza lentamente en
el Mercosur, desembocadura de un proceso histórico, político y reflexivo
muy extenso. Veamos: la refundación literaria –si cabe el término– de
la autoconciencia latinoamericana, tras el hiato de las luchas
intestinas[15],
está animada por la Generación del ‘900 –Rodó, Ugarte, García Calderón,
Vasconcelos, Blanco Fombona, entre otros–, un grupo de pensadores
comprometidos con la unidad de la Patria Grande, continuadores –en un
plano solitario y retórico, pero militante– del proyecto de los líderes
independentistas.[16]
En efecto, la secuencia del latinoamericanismo es armas, ideas,
política. Todas las etapas se ordenan en virtud de la lucha contra las
variadas caras del imperialismo. En la última “estación”, de carácter
político, se juega la supervivencia del proyecto integrador que forjaron
los sables y las lanzas, y que más tarde animaron la palabra y la
tinta. El primero en ejercitar el traspaso de las ideas a la escena
política es el peruano Haya de la Torre –fundador de la Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA)–,[17]
pero el intento más hondo y de mayor escala se manifiesta con el
despliegue del peronismo y su llamado a la alianza entre Argentina,
Brasil y Chile (Pacto ABC) en la segunda posguerra. Es la primera fase
nacional-popular. En los 60 tendrán lugar iniciativas ambiciosas, pero
con una visión de la región “indeterminada y a ‘bulto’”, sin “punto de
aglutinación”.[18]
De este modo, entrever el sendero de la integración regional supone
localizar su punto de aglutinación o, en términos del teórico
estadounidense, su Estado nuclear. Algunos párrafos más arriba
anticipábamos la importancia del enlazamiento argentino-brasileño en la
arquitectura metholiana. Es momento de cruzar estos enunciados y, por
fin, explicarnos.
El razonamiento del pensador uruguayo tiene como fondo la absorción
de México por el eje norteamericano (EEUU-Canadá) mediante el TLCAN
(Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Ensombrecida
temporariamente la confluencia con el país azteca, el “bulto” se rompe y
Suramérica queda frente a dos posibilidades: abroquelarse vía Comunidad
Andina y Mercosur, o exponerse al avance del coloso yanqui que, en esos
momentos, intenta normativizar el libre mercado como dinámica
continental –nos referimos, desde luego, al ALCA: Área de Libre Comercio
de las Américas; tentativa frustrada en la IV Cumbre de la OEA debido
al accionar conjunto de los gobiernos populares que, por aquel tiempo,
proliferaban en la región.
Ante el panorama descripto, Methol ensaya una proverbial disección
del mapa austral y alumbra –con claridad meridiana– su infraestructura
geopolítica. Allí Brasil representa, sin margen de duda, el “mayor poder
sudamericano”. Su presencia consagra a esta zona como lo más
consistente de la Nación latinoamericana. Tanto su corpulencia como la
posición céntrica que detenta lo convierten en el “mayor ámbito posible
de articulación interna entre el norte y el sur de América del Sur”
(Methol Ferré, 2006: 116). No obstante ¿qué juego de equilibrios puede
destrabar la formación de un Estado nuclear que refleje –y potencie– las
dos caras de América Latina? El autor lo explica del siguiente modo:
“Para un brasileño comprender sus fronteras es pensar el conjunto de
América del Sur. Por eso el ángulo de la geopolítica brasileña es el más
accesible para pensar América del Sur. (…) La tendencia natural de los
hispanoamericanos del sur es más fragmentaria, por sus vecindades
limitadas respectivamente. El Perú es su lugar central (…) pero no
nuclear. Entonces ¿cuál es la alianza hispanoamericana con Brasil que
realmente importe y sea nuclear? Dijimos que al norte y oeste de Brasil
está la Amazonia. O sea, un gran espacio, como un desierto verde que
divide a América del Sur en dos. Ese espacio vacío está convirtiéndose
en ‘frontera histórica real’ sólo en estos últimos años. (…) Entonces,
la única frontera histórica de Brasil con Hispanoamérica es la Cuenca
del Plata. (…) Solo allí ha existido una vecindad íntima entre los dos
rostros de América Latina. Y allí está el mayor poder hispanoamericano
de América del Sur, la Argentina. Así, la única frontera verdaderamente
bifronte, en rigor la primer gran frontera ‘latinoamericana’ es la de
Brasil y Argentina. Y esa frontera latinoamericana abarca necesariamente
a Uruguay, Paraguay y Bolivia. (…) Lo ‘nuclear’ sólo pude ser bifronte.
(…) La Alianza Argentino-Brasilera es ‘el núcleo básico de
aglutinación’ latinoamericana en América del Sur. El Mercosur y sus
asociados es así la ‘base’ latinoamericana en América del Sur. Es la
Argentina la que hace verosímil, confiable y fraterna la alianza con
Brasil. Este, asociándose con cualquier otro país hispanoamericano del
sur, hubiera establecido forzosamente una dependencia. En cambio, Brasil
con la Argentina abre realmente un camino fraternal con todos.
Argentina es ya potencialmente representativa de los nueve países
hispanoamericanos de América del Sur. (…) Brasil necesita de nuestra
fortaleza para fortalecerse y a su vez, sólo se puede fortalecer si nos
fortalece. Se unifica con nosotros, facilitando también la unión de los
hispanoamericanos del sur. Este es el círculo virtuoso que genera la
lógica interna del Mercosur (Methol Ferré, 2009: 118).[19]
Con estos rudimentos podemos regresar sobre el primer trabajo y
comprender, cabalmente, el llamado que el escritor rioplatense realiza a
su patria chica: “Que seamos frontera que une y no que separa. Que el
Uruguay sea no la anulación de la Banda Oriental y la Provincia
Cisplatina, sino su conjugación. Nexo y no neutralización. (…) La Patria
Grande empieza para nosotros por la Cuenca del Plata” (Methol Ferré,
2015: 106). Aún más: “Sin esta estructurada, América Latina no se podrá
vertebrar jamás. Porque sus núcleos decisivos, Argentina y Brasil,
tampoco se podrían vertebrar jamás, y en su separación histórica está la
derrota de América Latina. Lo demás se dará por añadidura” (Methol
Ferré, 2015: 113). Dicho en otros términos: “El Uruguay como problema
problematiza a toda la Cuenca del Plata. Es que la crisis del Uruguay
pone en crisis a toda una época histórica. En efecto, el Estado Tapón
era como el arco de bóveda que sostenía los compartimentos estancos
rioplatenses, era la clave de la balcanización, su punto de equilibrio.
Pero si el Estado Tapón se destapa, todo el equilibrio se rompe y todas
las aguas se confunden. Pues el Uruguay es también el talón de Aquiles
de la balcanización en el Hemisferio Sur latinoamericano. La inserción
del Uruguay en la Cuenca (…) será el punto de fusión de las historias
argentina, paraguaya, brasileña, etc. (…) Por aquí comenzará el deshielo
de la balcanización latinoamericana (Methol Ferré, 2015: 117).
Examinados los elementos geopolíticos sustanciales, nos toca, finalmente, referirnos al semblante cultural de América Latina.
El sentido
Posiblemente, el texto que mejor puede ayudarnos a terminar de
auscultar la estructura ética y cultural de los pueblos de la región,
dentro de la lacónica obra metholiana, es La América Latina del siglo XXI.[20] Allí, el teólogo montevideano condensa las ideas trabajadas en la publicación católica Víspera, así como en el Departamento de Laicos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)[21] y en la segunda etapa de la revista Nexo durante la década de los 80.
Al igual que en los escritos explorados más arriba, donde asevera:
“Los Estados-Nación que dividen a América Latina fragmentan un mismo y
dilatado ‘circulo histórico-cultural’ homogéneo aún en sus mestizajes,
que permite decir a Felipe Herrera ‘América Latina es una gran Nación
deshecha’” (Methol Ferré, 2009: 74), en La América Latina en el siglo XXI
Methol (2006: 92) ratifica ese supuesto fundamental, que es más
precisamente el supuesto que cobija a la gran mayoría de las propuestas
latinoamericanistas: nos referimos a la afinidad cultural entre los
pueblos de la región. A tal punto que dice: “La integración de América
Latina tiene una base cultural fuerte y un tejido conectivo económico
muy débil. El panamericanismo de Estados Unidos tiene una base económica
fuerte, pero carece de una realidad cultural unitaria”.
Como fue señalado al comienzo de este trabajo, los siglos de sujeción
al Imperio Hispánico gestan las condiciones culturales de la unidad
regional. El escueto mosaico lingüístico que predomina en Latinoamérica
es, a todas luces, un facilitador del proyecto integracionista: “El
proceso europeo se las tiene que ver con veinte lenguas; el
latinoamericano con dos, que nacen de una misma raíz: del latín vulgar
del Imperio Romano en su fusión con la fonética indígena, surgen el
galaico-portugués, el castellano y el catalán” (Methol Ferré, 2006: 93).
Ahora bien, además de la lengua, hay otro vehículo que facilita la
afirmación de una cultura aparentemente homogénea en toda América
Latina: la religión. Durante la Conquista, la Iglesia católica desempeñó
el rol crucial en los territorios ocupados por Castilla y Portugal,
pues introdujo en América el sistema de creencias y valores del
Mediterráneo. En efecto, su tarea pastoral incrusta al cristianismo en
medio del abanico de cosmovisiones preexistentes y da curso a un proceso
de encuentro –y, diríamos, yuxtaposición– cultural nunca antes visto,
que va barriendo con las desemejanzas y culminando –según la mirada del
filósofo– en una potente aleación. El autor indica: “El círculo cultural
latinoamericano tiene su raíz en la Iglesia Católica: por esto los
movimientos nacional-populares no caen en el anticlericalismo
oligárquico del siglo XIX” (Methol Ferré, 2006: 28). Y más adelante
contrasta: “Sin duda puede hablarse de un círculo histórico-cultural
latinoamericano en cuya base existe el ethos católico, así como en
Estados Unidos existe el ethos protestante” (Methol Ferré, 2006: 48).
Avalado por su rica trayectoria en el debate religioso
latinoamericano, Methol (2006: 97) conecta el proyecto integracionista
con las preocupaciones que se hallan, a partir del Concilio Vaticano II,
en el centro de la agenda de la institución eclesiástica: “Integrarse
es, para la Iglesia, un acto de sensatez pastoral: con estados separados
no habrá desarrollo seguro ni lucha eficaz contra la pobreza. En el
problema de la integración está contenido en síntesis el de la lucha por
la justicia, por la investigación científica, por la adquisición de
técnica y tecnología, problema que no están al alcance de países
individuales y separados. Y es también un acto de inteligencia de los
tiempos: una presencia católica importante será todavía más importante
en un continente unido”.
De modo que, además del precepto geopolítico según el cual “la
integración es el único modo de participar en la globalización, (…) [de]
poder entrar verdaderamente en el concierto mundial de las potencias
contemporáneas sin ser aplastados” (Methol Ferré, 2006: 84), aparece un
precepto ético –que no es más que la otra cara de la moneda–, en virtud
del cual la integración es una condición necesaria para alcanzar mayores
grados de justicia y de elevación civilizatoria, con base en el
desarrollo científico-tecnológico.
Intuimos, en relación a esto último, un vacío, una pieza ausente sin
la cual no logramos acceder a la lógica integral del sistema metholiano,
asignarle un orden. Lo pronunciado en el párrafo anterior arroja
algunas pistas, pues refiere al intento del pensador uruguayo por
desentrañar el rumbo civilizatorio de una especie que se precipita hacia
la fase final de la globalización. Pensar esta difícil cuestión supone,
en primer término, reconocer los signos de la contemporaneidad,
rastrear su génesis histórica y proyectarlos en el futuro.
Exonerándonos de la –por demás necesaria– enumeración y
caracterización acabada de dichos signos, queremos señalar la existencia
de, al menos, una coordenada irrevocable en el planteo del uruguayo: la
sociedad industrial. Aspiración troncal de nuestra “actualidad
histórica”, aparece como un eje nítido en prácticamente todos los
escritos del autor. Hay incluso, un texto temprano donde trabaja en
profundidad la cuestión.[22]
Allí dice lo siguiente: a “pesar de la diversidad y peculiaridad de
cada situación, hay notas comunes que unifican el horizonte de todas las
situaciones actuales. Una de las principales, en la que todos
participan, es el desvelo e impulso generalizado por la
industrialización. Esta es una exigencia mundial, denota una finalidad
que traspasa e imanta toda la actualidad histórica a través de la
evanescencia múltiple de los sucesos. Apunta una aspiración general y
significa un momento de la historia universal del hombre. (…) Sociedad
Industrial es un concepto complejo compuesto por dos términos: Sociedad
significa el conjunto de hombres convivientes, tomados en su totalidad
indivisa, no en cuanto individuos solitarios, como Robinson. Industrial
significa un hacer, un modo de relación con la cosa, una forma de acción
humana con la cosa que imprime un modo de ser a la cosa. Sociedad
Industrial apunta así a la bipolaridad hombre y cosa en relación, en
acción recíproca. Es un modo especial de relación hombre-naturaleza.
(…)El tercer grado cualitativo-cuantitativo de la relación hombre-cosa,
la Sociedad Industrial, no ha sido aún alcanzado históricamente. Es el
horizonte que da sentido y al que apuntan los procesos de
industrialización actuales, es el fin que cualifica y define el concepto
mismo de Desarrollo. (…) La mixtura es inherente a todos los regímenes
de industrialización actuales, que no alcanzan el nivel de Sociedad
Industrial, que estrictamente es el de la automatización generalizada.
(…) La industrialización es un deber, y cumplirlo más y mejor es ser
mejor. Este proceso trágico y promisor de Industrialización que apunta
hacia la universalidad de la Sociedad Industrial, implica, de suyo,
acumulación colectiva de inteligencia, de formas objetivadas o ‘espíritu
objetivo’, es decir, acumulación de capital y aumento de la
productividad del trabajo. Se inicia el gran tránsito del trabajo como
arte servil al trabajo como arte liberal. A una mayor cantidad de tiempo
libre para el hombre conquistado, no enajenado en la pereza; tiempo
libre por creación humana, no por omisión. Y éste es el gran clamor, la
gran rebelión y la gran esperanza de los pueblos por su
industrialización, es decir, liberación del peso ciego de la materia.
Todo aquello que obstaculice el destino del hombre, en su relación de
señorío con la naturaleza, es condenable y está condenado por la
ontología histórica, por la eticidad concreta de la historia y su
sentido. Todo lo que impida al hombre participar de la victoria del
hombre en la cosa, es contrario al hombre y a Dios” (Methol Ferré, 1966,
párrafos 15, 17, 52, 54 y 56).
Pero, si sólo nos ciñéramos a los tres textos examinados durante este
trabajo, encontraríamos toda una serie de referencias que corroboran
nuestra presunción. En varios pasajes del tan lejano como vigente
escrito de 1967, Methol (2015: 107) subraya la importancia de este
aspecto y su vinculación con la integración continental: “No hay
independencia ni desarrollo sin industrialización, a la altura de la
técnica de nuestro tiempo. Nuestra industrialización está esencialmente
ligada a la de la Cuenca, a la argentina y a la brasileña. Todo otro
planteo es ilusión y mistificación. Es pedir ‘Liberación’ aferrándose a
las condiciones de la dependencia”.
Mientras en otro pasaje señala: “No ya semicolonias, sino viejas y
poderosas naciones europeas carecen ya de dimensiones mínimas –a pesar
de su alto nivel– para el adecuado desarrollo tecnológico de sus
empresas, de sus fuerzas productivas; y deben romper fronteras, sus
exiguos mercados internos, y complementarse y ensamblarse, so pena de
ser también colonizados hasta los tuétanos. Si en Europa es así ¿qué
queda para nosotros? ¿Pueden acaso Argentina y Brasil creer que tienen
en sí la fuerza para realizar por sí la tarea? ¿Pueden creer sostenerse
sin apoyo recíproco? Si lo creyeran, les espera sólo el triste destino
de capataz, de ‘satélite privilegiado’” (Methol Ferré, 2015: 115).
Incluso, apunta el déficit técnico-industrial como la razón del
estancamiento ibérico y, por ende, del desencuentro latinoamericano: “La
segregación del Portugal de España la dejó, a la emprendedora burguesía
comercial lusitana, raquítica, sin base productiva nacional y, por otra
parte, repercutió en la consolidación de los señores en Castilla,
quienes vieron facilitada su tarea de ahogar a sus burguesías, en
especial catalana. Esa segregación portuguesa fue el golpe definitivo
contra las posibilidades históricas de la revolución burguesa en la
península ibérica, y condujo al mutuo estancamiento, del que hoy todavía
pugnan por salir. (…) Aquí está el nudo de la gran frustración nacional
hispánica y la raíz de la disgregación hispanoamericana” (Methol Ferré,
2015: 115).
De esta manera, aparece ante nosotros una visión global del planteo
de Methol Ferré. A partir de la identificación de la “Sociedad
Industrial” como horizonte civilizatorio de la humanidad, podemos dar
con una dirección, un sentido que recupera todos los hilos de su
pensamiento y los urde en una trama común: el ingreso soberano de la
región en una nueva era histórica –la de los “grandes espacios”–,
caracterizada por una elevación técnico-científica, productiva y moral, y
dotada de mayores grados de eticidad y justicia, presupone la
conformación de un Estado Continental latinoamericano, cuya condición de
posibilidad reside en la semejanza religiosa, cultural y lingüística
entre los diferentes pueblos que la habitan.
Palabras finales
Hablar de Methol es, probablemente, hablar del más importante y
original pensador uruguayo de la segunda mitad del siglo XX. Aunque, con
mayor justeza, podríamos decir que se trata de uno de los grandes
intelectuales del siglo XXI, pues su palabra suena con rigurosa
actualidad y, desde marzo de 2013, ha adquirido resonancia ecuménica.
Ese hombre, convencido de que “una política nacional empieza por un
saber verdadero”, salió de la “historia-isla” –cuidando de no naufragar
en la “historia-océano”– para abastecer de coherencia al derrotero de su
patria chica, y en esa búsqueda terminó articulando un conjunto de
hipótesis de análisis fundamentales para descifrar la suerte de la
región latinoamericana.
En efecto, toda su producción ha estado orientada a desenmarañar el
rostro del tiempo venidero y a pavimentar los caminos por los cuales
América Latina puede reencauzar su inseparable destino, participando
activamente en el diseño del gobierno mundial cuya aproximación es, en
la mirada del autor, inexorable.
Pero, ¿de qué se trata este despliegue de ideas? ¿Cómo nombrarlo?
Latinoamericanista, católico, con notas rotundamente progresivas. Su
maquinaria reflexiva navega aguas diversas y, en todas ellas, da con
nuevas cuerdas interpretativas, funde historia y territorio y abre paso a
fórmulas políticas inexploradas. Es que Methol se prolonga en la
potencia de su obra, y sólo el tiempo –implacable agrimensor–
dictaminará la precisión de su extensa mirada, de su ingenio filosófico
aplicado a nuestra desmesurada realidad.
Bibliografía
Methol Ferré A (1959): La crisis del Uruguay y el Imperio Británico. Buenos Aires, Peña Lillo.
Methol Ferré A (1966): La dialéctica hombre-naturaleza. Instituto de Estudios para América Latina.
Methol Ferré A (1967): El Uruguay como problema. Montevideo, HUM, 2015.
Methol Ferré A (1999): Los Estados Continentales y el Mercosur. Merlo, Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, 2009.
Methol Ferré A y A Metalli (2006): La América Latina del siglo XXI. Buenos Aires, Edhasa.
Vignolo L (sf): Biografía de Methol Ferré. www.metholferre.com/methol_ferre/biografia.php.
Carlos Javier Avondoglio es licenciado en Ciencia Política (UBA), integrante del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte (UNLa).
[1] Geopolítica de la Cuenca del Plata en su edición argentina.
[2] Se publica recién una década más tarde (Luis Vignolo, sf).
[3] Entrevistas, artículos y conferencias de menor envergadura que servirán de apoyatura en distintos pasajes del escrito.
[4] Parte de estas vinculaciones se generan a partir de la fundación de la revista Nexo,
que bajo la dirección de Methol abordará la cuestión latinoamericana
desde el punto de vista uruguayo. La segunda etapa de esta publicación,
en la década de los 80, asumirá un perfil marcadamente católico (Luis
Vignolo, sf).
[5] Los síntomas de esa decadencia ya están perfilados por el autor en La crisis del Uruguay y el Imperio Británico (1959).
[6]
“La renta diferencial fue el paraíso de la paz uruguaya y el desfonde
de la renta diferencial será el infierno tan temido” (Methol Ferré,
2015: 88). La peculiar posición de las regiones ubicadas en los márgenes
del Plata se vincula con, en palabras del autor, una maravillosa
“cibernética natural” que, mediante una inversión ínfima, posibilita la
obtención de una extraordinaria renta diferencial. A través de la misma
se conforman las oligarquías dispendiosas y parasitarias, pero también,
en función de los vaivenes del mercado internacional y los cambios de la
política interna, se financian la industria liviana y el mercado
interno, posibilitado márgenes apreciables de redistribución social y
hábitos de consumo masivo improbables en el resto de América Latina. En
este marco, se fortalece notablemente el sindicalismo, cuya influencia
en el esquema de poder de aquellos países sureños se vuelve
determinante. Sin embargo, el resquebrajamiento de este modelo –cuyos
síntomas Methol precisó- se profundiza sensiblemente con la llegada del
neoliberalismo en los 80 y 90, en la medida que la vieja división
internacional del trabajo pierde sus papeles y cede terreno ante un
nuevo diseño, donde las corporaciones transnacionales absorben –mediante
sus múltiples redes geoeconómicas– cuotas cada vez más importantes de
la renta sobre la cual descansaba la “armonía de clases”.
[7]
Nos referimos al discurso que pronunció el 22 de septiembre de 1951 por
el aniversario de la independencia de Brasil –que luego se publicó bajo
el título de Confederaciones continentales– y a la exposición
“La Integración Latinoamericana” dictada el 11 de noviembre de 1953 en
la Escuela Superior de Guerra. Además de arrojar los fundamentos básicos
de la llamada Tercera Posición, el presidente argentino
advierte sobre la era del continentalismo y, en esa línea, pone de
relieve la importancia de la unión argentino-brasileña para alcanzar la
integración regional.
[8] La fatalidad, bajo esta luz, es la opción por el proyecto unificador, no la suerte que el mismo correrá.
[9]
Los estudios decoloniales en boga tienden a afirmar que la
homogeneización nacional se da en términos compulsivos y fragmentarios, y
que los cánones modernos encubren un sesgo, una supremacía y una
invisibilización. Methol no omite la cuestión. Por su parte, reconoce y
valida el papel de la “cultura occidental”, cuyo desenvolvimiento da
forma al Estado moderno. Sostiene, apoyándose en Gellner, que dicha
“contingencia” –el predominio de Occidente– responde a “necesidades
universales”.
[10]
Los arquetipos del Estado-Nación industrial clásico –pues reúnen de
modo estable burocracia estatal, industria, ciencia y tecnología, y
uniformidad cultural– han sido, para nuestro autor, Gran Bretaña y
Francia, seguidos por Alemania, Italia y Japón.
[11] “Existe globalización cuando un círculo se cierra y se vuelve imposible que exista otro” (Methol Ferré, 2006: 39).
[12]
Rearticulación efectuada en una clave que, tal como indica Ratzel,
supone población, industria, interconexión y cultura. La desmesura y la
mengua de los viejos imperios agrarios reside, justamente, en que
carecían de estos elementos, sin los cuales se vuelve impensable una
amalgama política duradera en territorios mayúsculos como los que
detentaban.
[13] El autor recupera los conceptos vertidos en, probablemente, la obra más significativa de Huntington: El choque de civilizaciones y la configuración del nuevo orden mundial (1996).
[14]
Methol afirma que, en realidad, la denominación “Hispanoamérica”
comprende a los dos rostros de la región, pues remite a un pasado común.
Hasta el final de sus días, persistirá en la difusión de esa verdad
histórica: “Todo comenzó en los seis siglos de la Hispania romana,
origen común de Castilla y Portugal. E incluso Portugal fue un condado
de Castilla, que se independiza en el siglo XII. Hay un vaivén incesante
de alianza y conflicto entre Portugal y Castilla. Desde la paz de
Alcaçovas (1478) hay una sólida ‘alianza peninsular’ con tensiones
menores. Esta Alianza Peninsular culmina en el período de 1580-1640 en
que los Felipes de Habsburgo heredan la Corona de Portugal. De tal modo
los brasileros y nosotros tuvimos un mismo rey durante 60 años. Es el
mayor antecedente de nuestra unificación. (…) Las Españas comprendían
por igual a Portugal y Castilla. Porque sencillamente España es la
castellanización de Hispania. Son lo mismo. Luego de la separación de
Portugal, en 1640, el nombre de España queda como propio del conjunto de
los otros reinos. (…) Al producirse la Independencia, en las decadentes
España y Portugal surge el ‘iberismo’ para intentar una recuperación
común al modo de los movimientos de unificación nacional italiano o
alemán. (…) Este iberismo decimonónico fue importante por dos razones.
La primera que intenta retomar la ‘Alianza Peninsular’ que corre de 1478
hasta la separación de 1640. (…) Es la era de la ‘Alianza Inglesa’ de
Portugal, en intenso conflicto con España en especial en la frontera de
la Cuenca del Plata. En esta ‘era conflictiva’ se formó un nacionalismo
portugués extremadamente anti-español, filo-inglés que preside una
historiografía negadora de la anterior ‘Alianza Peninsular’. De esa ‘era
conflictiva’ son oriundas nuestras historiografías brasileras,
argentinas, uruguayas y paraguayas, que suponen una ‘eterna rivalidad’
entre Portugal, España y sus vástagos. (…) ‘Hispanoamérica’ es más
rigurosa en cuanto al origen, la Hispania romana, que ‘Iberoamérica’.
Esta designa una geografía y una etnia prehistórica que poco tiene que
ver con nosotros. Pero además es el término de ‘hispanoamericanos’ el
que empieza a difundirse desde las últimas décadas del siglo XVIII en
los reinos de Indias. (…) Por otra parte, para terminar, ‘América
Latina’ es perfectamente legítima, se refiere a la actualidad del latín
vulgar, del que son contemporáneamente sus ramas: el castellano,
portugués, francés, italiano, catalán, etcétera” (Methol Ferré, 2009:
45).
[15] Nos referimos a las guerras civiles –o nacionales, si admitimos la huella de las intrigas imperialistas.
[16]
A diferencia de la generación previa, identificada con la constitución
de los Estados oligárquico-liberales, los pensadores del 900 parten del
hombre americano real para pensar el devenir de la región, y no desde
los modelos provenientes de Europa y Estados Unidos (Methol Ferré, 2006:
47). Esta desemejanza es, con toda seguridad, la que les permite
identificar los problemas comunes al conjunto de los pueblos
latinoamericanos y bregar por su aproximación.
[17] En La América Latina del siglo XXI (2006:
46) Methol aduce que Haya de la Torre es quien, despojado de la
imitación maquinal que afecta a las clases dirigentes latinoamericanas,
plantea “las tres exigencias de base: democratización, industrialización
e integración”, estrenando la “lucha consciente por la construcción de
una sociedad industrial moderna en América Latina”.
[18]
El autor refiere, principalmente, la ALALC (Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio) promovida por la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina y el Caribe), el Mercado Común Latinoamericano, el
foquismo y los regímenes de la “seguridad nacional”. Valora
positivamente la firma del Pacto Andino, pero considera que no tiene la
potencia suficiente para funcionar como espacio de aglomeración.
[19] El Uruguay como problema permite,
por lo demás, extraer conclusiones sobre las alternativas de la
Argentina para actuar como contrapeso y adalid hispanohablante frente al
poderío brasileño: “Si alguna vez Argentina abrigó ilusiones
competitivas en un mano a mano con Brasil, hoy es asunto descartable.
Esta situación lleva hacia una radical modificación de la política
tradicional argentina. Si queda algún destino especial para Argentina en
América Latina, ese destino se juega en el espinazo andino, hacia él
océano Pacífico. Los caminos de San Martín son los caminos del futuro
argentino, en el sentido de ensamblar con el proceso de liberación
nacional de los otros países latinoamericanos, poniendo su potencial
industrial a su servicio, como único medio de consolidación y expansión
industrial real. El futuro latinoamericano de Argentina se juega en la
‘zona andina’, pero su conservación más elemental en el Uruguay (…).
Argentina también se latinoamericaniza como cuestión ya, de
supervivencia. Claro, no le va a ser sencillo reorientarse desde el
Atlántico al Pacifico y los Andes, desde Buenos Aires hacia el norte,
pero no tiene más remedio. Si Argentina nació desde el Perú, o vuelve
hacia el Perú, o no tendrá posibilidad alguna de vertebrarse y alcanzar
la viabilidad” (Methol Ferré: 2015: 139).
[20] Estrictamente, se trata de un libro-entrevista resultante de una serie de diálogos con el italiano Alver Metalli.
[21]
A su vez, es el primer laico en integrar el Consejo Teológico Pastoral y
llega a desempeñarse como secretario de monseñor Antonio Quarracino
cuando éste queda al frente del organismo (Luis Vignolo, sf).
[22]
“La dialéctica hombre-naturaleza” (1966). Para comprender en detalle la
dialéctica hombre-cosa y la secuencia histórica en que se cristaliza la
“emergencia racional del hombre por sobre la naturaleza” –así como
otras consideraciones de importancia–, consultar el artículo completo.
Publicado originalmente em: Revista Movimiento. ISSN 2618-2416.
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